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jueves, 9 de octubre de 2025

EMOTIONAL RESCUE: JULIÁN RÍOS. ÁLBUM DE BABEL (fragmentos)

 





Nuestros primeros recuerdos

 

 

1 Smile's mile of Grinland:

Versta a través.

 

2 Qui-quién, quinquelingüe...:

Kien with kin und Kind wit kindling. De tal palote, Perico, tal astilla.

Made in Span. Ya. Y mejor no seguir repartiendo leña (¡trae la fusta!) en este auto (¿fa fede!) de Fehde.

 

3 ¿Falso?

Su pino bastardo.

 

4 ¡Sarta atrás!:

¿Cuenta atrás? Vaya cacharro de memoria la que solo tiene marcha atrás, como diría la Reina blanca.

 

5 ¡Oh cielo! ¿Ocelo?:

Ocelos del aire...

 

6 Souvenir par sou... Pièce de monnaie!?:

Si Monet puso el mantel y el pollo, mon poussin; Whistler, el maleficio (mal de ocelos, de la mariposa...


 

Si yo fuera Ireneo Funes, dijo Milalias, mi primer recuerdo sería la conjunción de la palma de mi mano derecha y la parte inferior de la plancha caliente que empuñaba aquella china encorvada del mechón sobre el ojo cuando falta un minuto para las ocho horas del funesto día seis de septiembre de 1869.

Y si yo fuese Emma Bovary, siguió Babelle, mi primer recuerdo sería el zumbido azul de un moscardón que se ahogaba en un vaso de sidra.

Si yo fuera Tristram Shandy: El martilleante tictac o más bien tris-tram de un altísimo reloj de pared situado junto al último tramo de una escalera sombría.

Si yo fuese Alicia: Una sonrisa que se estira y se estira y se estira sobre un paisaje risueño.(1)

Si yo fuera Pinocho: (2) El retumbar de un tambor (¿o batir el hacha contra un abeto(3) ya casi abatido?) boom-boom en el corazón del bosque.

Y si yo fuese la Reina blanca: Un collar de cuentas de vidrio verde que veré por primera vez dentro de ciento cincuenta años.(4)

Si yo fuera Marcel: El perfume a té o a tila de un aliento caliente y el aleteo de unas pestañas húmedas sobre la mejilla.

Si yo fuese Albertina: La monedita de oro que al ir a cogerla, oh,(5) oh, empezó a revolotear alrededor del pollo asado sobre el mantel blanquiceleste extendido en la hierba.(6)

Si yo fuera Sherlock Holmes: Se te parece aún más que Mycroft, le susurra mamá al desconocido de penetrante


 

1 Yodoformo, probablemente...:

Elemental, Watson.

 

2 Turdus albus?:

Ya no hay pájaros ni nidos de antaño.






 

3 Coser y cantar:

La centenaria sobre su centón. (Mes Moires!: Quel Choix!) La memoria es larapsoda de la casa. ((Recordar es recortar, dijo Reis, es..., y tanteó con su pipa en el aire hasta encontrar la palabra, es recontar. Es remontar, remachó Milalias. Sí, asintió Reis, arriba, más arriba, arriva... Recuerdo aquel viernes gris de invierno tomando té -sin magdalenas- en la penumbra del cuarto de Maida Vale, habíamos estado rebuscando primeros recuerdos en el desván de la memoria. Rememorar, murmuraba Milalias, es remedar... ¿Remendar?))

 

4 Forest time...:

Pilgrimagrey.

 

5 Cógelas al vuelo:

Vir a fronte lecti stans mulieris crura attollit. Tum Iaspium caulem in Pretiosam portam alte immittit.

 

6 O lodo o nada:

Lodos de aquellos polvos. Lodos los hombres, y agua las mujeres...

 

7 Esta es grilla, quizá:

Chitón. O te pondrán los grillos.

 

8 ¿Descabezando un sueño eterno?:

Sh. Seguimos en el sueño de la cámara ardiente.

 

9 ¿De doble filo?:

¡Sus!

olor como a azafrán(1) que está sentado al borde de mi cama, con una chistera sobre las rodillas, intentando arrebatarme su trompeta de madera.

Y si yo fuese Nadja: La foto de un menhir bretón en un museo de Lille.

Si yo fuera don Quijote: El pico arpado de un pajarillo que asoma por un agujero de su nido roto.(2)

Y si yo fuese la Celestina: El dedo filoso y encorvado como cola de alacrán que me llama a lo oscuro.

Si yo fuera Geoffrey Firmin el Cónsul: El caballo blanco con la soga al cuello que relincha al borde del acantilado blanco.

Si yo fuese Orlando: Los relámpagos diminutos que salían de la mano de la vieja costurera que canturreaba doblada sobre un paño de mohair lleno de remiendos.(3)

Si yo fuera Edmond Teste: El frío de mi pie derecho entre las manos al descubrir, contorsionado en la cuna, uno de mis talones de Aquiles.

Y si yo fuese Miriam Henderson: El pulgarzote de gigante que me hurgaba en el oído haciéndome llorar contra la yerba y las anémonas del bosque.(4)

Si yo fuera el príncipe Genji: El papel púrpura que tiembla y se encoge en las manos, muy finas y translúcidas, de la dama arrodillada junto al brasero.

Si yo fuese Sei Shonagon: Tumulto de cuervos emborronando un tejado cubierto de nieve.

Si yo fuera Hsi-men: El vuelo de las gaviotas.(5)

Y si yo fuese Loto dorado: El mono que se abrazaba a un árbol gimiendo.

Si yo fuera Pao You: Los frotes con saliva de aquella niña que intentaba limpiarse de la cara unas salpicaduras de lodo.(6)

Y si yo fuese Lin Tai-yu: El grillo de jade(7) que brilla en la boca entreabierta de un monje dormido.(8)

Si yo fuera Gregor Samsa: ¡Mi asma!, se ahogaba mamá (sus asmas...)(9) tendida en el sofá con los ojos extraviados mientras me arrastro a esconderme debajo.

 


 

1 Long drink of water...:

La fuente sangrada.

 

2 ¿Cagadas de mosca?:

Nanay. Viruelas locas, o la marca del señor de las moscas.

 

3 Watch your P's and R's:

Grandes Pesperanzas. No te empeñes en buscarle tres pes al papi.

 

4 R. I. P.:

Let it rip, Philip Pirrip.

 

5 ¡Aurora a la vista! ,¡ Rompió la aurora!:

Había llegado la aurora, y partió la autora...

 

6 ¿Y Pécuchet?:

A cada plumífero su plumero.

 

7 Blanca como la nata, une tache...:

It's no tache, snow now, un retazo de nieve -uú sont les blanches neiges d'antan, Natacha?

 

8 ¿Blanco como el papel?:

Biely et bien!

 

9 La ventana de hielo y lustre...:

¡Lustro! A atravesar otra fase, otra frase del espejo -la ¡ventana discreta:: OK! No!...


 

Y si yo fuese Grace Brissenden: Las fuentes y el lago largo (Long Water)(1) de los jardines de Kensington.

Si yo fuera Murphy: El Abbey Theatre de Dublín.

Y si yo fuese Celia Kelly: Una patata-talismán que me dejó palpar un viejo marino a la puerta de un pub.

Si yo fuera Stephen Dedalus: Los tirones de brazo que me daba mamá para que saludara al señor de oscuro que me tendía su mano como un pasmarote en aquel fragante jardndole al pollino parado junto a un muro moro en Gibraltar.lba mam Water) (1)ín de lilas.

Y si yo fuese Molly Bloom: La porra amoratada y bestial allí creciéndole al pollino parado junto a un muro moro en Gibraltar.

Si yo fuera Julien Sorel: El mordisco en la chapeta de colorete de la bruja de negro que se había emperrado en que le diera un besito.

Y si yo fuese Naná: Los lunares negros(2) en la luna rajada de un ropero.

Si yo fuera Pip: Las pes y erres panzudas y oscuras(3) en una losa sepulcral(4) blanqueada por las lluvias.

Y si yo fuese Shahrazad: Un resplandor rosa que apunta por el horizonte negro.(5)

Si yo fuera Bouvard: Las plumas, al viento, del gallo gordo perseguido por el corral.(6)

Y si yo fuese Natacha: Una mancha muy blanca(7) entre los árboles oscuros.

Si yo fuera Nikolai Apolónovich: El paliducho(8) nene ojizarco con un gorro de papel de periódico que me mira con miedo desde esa ventana de hielo y luces colgado del pescuezo del caballero huesudo de levita que canturrenguea acercándose y alejándose bruscamente como si no se atreviera a atravesarla de una vez por todas.(9)

Si yo fuera Rodion Roskolnikov: La cruz de pasas en un pastel de arroz que sostienen, a la luz de los cirios; las manos sarmentosas de un pope.

Y si yo fuese Sonia Marmeladova: La peste a alcohol y tabaco del ogro que me tiene sentada sobre sus rodillas





 

1 ¿Siberia?:

¡Aire! ¡Aire!

 

2 H Я H Я:

¿HE! No. Ho... Home, sweet Home... Yes, boy. Dom-dom-doma su idioma. (Una de sus lenguas, digamos, más tiernas.)

 

3 ¿Armonía armenia de la abuela babélica?:

Ba, Ba. ya galimatías.

 

4 Otro sepulcro blanqueado. Glosa esa losa:

¡Silencio! ¡Nieve! La nieve viene a autentificar -blanc-seing: blanco sobre blanco- el silencio.


 

mientras señala con su uña amarillenta una inmensa blancura en el mapa de un librote.(1)

Si yo fuera Akaki y Akkievich: Escrituras indescifrables en un papel secante.

Y si yo fuese Lolita: La palabra hogar, HOMƎ,(2) que trazo con palotes aplicados.

Si yo fuera Babelle: La armonía de la sílaba Ba, Ba(3), balbuceada por una boca desdentada junto a mi boca.

Y si yo fuese Milalias: la pálida lápida de un cementerio en la nievr.(4)

Si yo fuera usted, concluyó Milalias, y lo repetía Babelle al mecanografiarlo, me olvidaría de lo que acaba de leer y aquí abajo, sobre las líneas suspensivas de puntos, anotaría mi primer recuerdo para empezar a recordarlo de verdad:




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miércoles, 8 de octubre de 2025

PABLO DE CUBA. «CAVALCANTI»

 


Una pulsación de sílabas Oído adentro, antes de penetrar a Letra. Poemas del «Ciclo Cavalcanti», nombre que lleva en sí la resonancia física, la fuerza de una respiración que va a paso de soneto de Florencia a Richmond, y de vuelta al barroco en blanco de la página. Lenguaje actúa sobre el espacio que Verso pretende, mide distancias, entona sus pausas versales —cambios de rumbo en Pensamiento— y renuncia a la gracia de Rima. ¡Vade retro, azar malandro! Sílabas caen, se quiebran, recomponen, delimitan balbuceos que sólo duran lo que dura Amor en la casa de Mente. En los quiebres de Verso se señala la inflexión en la que Sentido se agranda, engorda por tropel de resonancias. Escúchalas: son líneas que atraviesan veredas de Canto.

Pablo De Cuba

Ciclo Cavalcanti


Canzone prima
[Una giornata moderna]


Huele a jacintos en viaje de cabras

Las formas son por las que mira y caen:

Un tirso de olivar entre las hembras –

—A un mes de entendimiento, niña Helena –

Acqua alta hacia la lengua de los náufragos:

Sonoras reses cruzan Pensamiento –

El frío hablado pasa y nos aleja

En tentaciones labran las Buranas –

Huele a jacinto en sus funciones solo

Balada en rueca o desoyen los oídos –

De la Imagen a Comarca destierran –

Inician: Dolor sus naturas junta –

Adormilado dice de amapolas:

—Al pie del habitante queman libros.


Canzone seconda
[Donna mi prega en verso blanco]


De padre Homero viene Usura, malandra oculta

Bocabajo a las amantes les entonan solos –

Destilan los olivos a canto de oratorio

Ausente estás de fuerzas para domar a Sierpe –

—Caro, oh limador descendiente de güelfo bianco

¿Has de separar aguja y paja de las sílabas? –

Sobrevives incurable en cosecha de goces

Oh Dio, le abandono en Alma al penetrar la en siestas –

Olvida algunas páginas al doblar invierno

Lo escuchas: atrás de fondamenta cuecen habas –

—Soy digna de las cabras del Padre, acojan me

Por Natura me escondo, o en los tratados de la Hora –

Maledetto Moisés bajo los cuervos, desgranan:

—Hijo del Hombre, aguardo pagas de gallo y Gólgota.


Canzone terza
[Fresca rosa novella]

Ríe el rabino K con seriedad en los labios –

En el Libro de la Noche despiertan a Letra

O en los saberes de Madame Usura algo cantan –

—Den le palos de ciegas para cuidar amores

Que en la casa de Drama se aglomeren los galgos –

Atardecer sin Dios, u Obra en sus vocales muda –

—He puesto a los cipreses a descansar temprano

A los segadores del Norte los cebo en siestas –

A paso de asna cruzas la Puerta, por compases

De la Ira te expulsas del Templo: —Rabbí, Rabbí –

Acontece amoroso el Maltempo en manuscrito:

Fresca rosa novella o cante de los gentiles –

—De todos los nombres en el Libro, ora pro nobis

Solo el de las manos limpias podrá escribir lo.



Canzone quarta
[I gatti di Gericault]


Desprendidos de oscuros y ademanes

Con prima sílaba al pedir de Canto

(Señas por agua o treinta sulamitas)

Deambulan los felinos entre náufragos –

Al cansancio de palabras algo oyen –

—Di me, cara mia, ¿tratas de expiar las?

¿Cuánto hay del Alma y noche en tus hilares? –

Por Dolorosa disonantes viajan –

Exiliado paseante en casa propia

O ante Imagen inclinas la cabeza:

—Vi a Medusa descender del Sinaí –

Abundantes de oscuros y ademanes

Pasan sílabas al decir de Canto:

—Duermen los gatos en lo incierto, Madre.



Canzone quinta
[Mezzo oscuro rade]

                                                                    a NDDV


Descendió del Sinaí con las sílabas del Libro:

—Tres florines cuesta la sanación de los ojos

Dos las abluciones de Ley en las termas de Amor –

En los fractales de Comercio venden sus paños

O por impuestos de miasmas la llaman a Exilio:

—Por favor, Señor, torpe de labios es tu sierva –

Colecciona muñecas melancólicas, una

A una las nombra para elevar se entre las madres –

De linaje Portinari, para que Lengua hable:

—Mi biblioteca, las islas, hace tanto frío –

Son noches a sus noches a través del Desierto –

He dejado ventanas a media ensoñación

(Silba alejandrinos doña Prosa en sus preludios):

—Entre la Sexta y Novena descienden las bestias.

TAMARA KAMENSZAIN. EL LIBRO DE TAMAR


MATA RATA

Al poco tiempo de conocernos, impulsados por un deseo de él de buscar nuevos horizontes (sobre todo laborales) nos habíamos ido por un año a vivir a Nueva York. Y fue ahí donde me enfrenté por primera vez con una rata. A decir verdad, era un ratón, pero mi fobia extrema a esos animales no distinguía, y me temo que sigue sin distinguir, entre un ejemplar casi de juguete y un verdadero roedor adulto. Corría 1975 y nos habían prestado un departamento destartalado en pleno Greenwich Village. Allí mi ex, en un claro acto de amor, tomó una escoba y mató al bichito –en criollo tranquilizador “la laucha”– que me tenía espantada. Mientras un mini-cadáver se estrellaba en la esquina de Mc Dougall y Bleecker, nuestra relación se fortalecía. Hacer algo para que el otro nos quiera, se me aparece, ahora que la evoco, como una intervención valiente: había que dejar de esgrimir argumentos inteligentes que fascinaran a nuestro interlocutor literario y pasar al acto esgrimiendo una escoba.

Seguramente mi ex al escribir “Tamar”, además de combinar con gracia bolsones semánticos que solo yo puedo llegar tal vez a desentrañar (en ese sentido parece tratarse más de un mensaje velado que de un poema propiamente dicho), sin ninguna duda también había evocado aquella escena de amor neoyorquino.

Lo que ya no pudo fue llevarla a cabo por segunda vez. Aunque, seguramente, como me lo muestra a todas luces esta nueva lectura que hago quince años después, hubiera querido hacerlo. ¡Si hasta dibujó la rama que en este caso sustituiría a la escoba! Y no se trata de un dibujo más, como aquellos entrañables bocetos de Eduardo Stupía que muchas veces acompañaron las ficciones que él escribía. En vez de la juvenil escoba de alquiler temporario, ahora lo que realmente se necesitaba era una rama arrancada del propio hogar. Una de las tantas que había en el patio-jardín de la casa donde habíamos convivido con nuestros hijos durante tantos años y de cuyas vicisitudes cotidianas yo había quedado a cargo. Parece ser que había que atar la rama para matar a la rata mientras en ese mismo acto se mataba una tara y se rearmaba la trama del amor. ¿Pero quién lo tenía que hacer? Por ahora creo entender que el hablante del poema “Tamar” parece estar dirigiéndose a sí mismo en un urgente imperativo donde hasta se impone, bajo signos de admiración, la tarea a todas luces imposible de arar el mar.

En fin, mientras voy descifrando el mensaje anagramático por esta vía, todo parece empezar a aclararse, pero, en aquel momento, todo era oscuridad.

Cuando él se fue, las noches se me complicaron. En la soledad de la cama matrimonial, una serie de ruidos extraños que antes nunca había percibido empezaron a emerger del techo y de las paredes como si hubieran estado desde siempre agazapados en el adn de la casa esperando esa oportunidad para hacerse presentes.
Después de varias noches en vela con el oído aguzado, diagnostiqué “ratas” usando la palabra que despertaba todos los decibeles de mi fobia. Así fue como al poco tiempo de que la separación se hubiera consumado, entré en pánico y desesperación, mientras a mis amigas les hacía gracia que me tomara tan en serio el merodeo de un animal que permanecía agazapado –más miedoso él que yo, decían ellas– en el techo. En ese sentido parece ser (me doy cuenta recién ahora) que el único que pescó algo de mi sentimiento de miedo y desamparo fue mi exmarido. Una de las pocas veces que conversamos telefónicamente en esos días por algún asunto relacionado con nuestros hijos, le comenté que en la casa había ratas. No me acuerdo qué me contestó, pero a los pocos días deslizó la hoja A4 debajo de la puerta.

ARMA TRAMA

 Lo de los roedores se solucionó relativamente rápido con una gata que me traje del Botánico y una nueva analista que interpretó todo lo que cabía interpretar hasta matar mi propia tara.

 Nunca le comenté nada a mi ex acerca de “Tamar” porque, como decía, el papel quedó olvidado en el fon do de un cajón. No sé si él esperaba alguna respuesta, tal vez no. En todo caso, ¿qué podría haberle respondido? ¿Correspondía una devolución literaria, de esas que solíamos propinarnos mutuamente cuando el otro terminaba un texto? De hecho, así había empezado nuestra relación. Cuando nos conocimos, por la mediación de amigos celestinos, yo estaba terminando de escribir mi primer libro mientras él ya era un consagrado precoz que a los 27 años portaba la cucarda de dos premios literarios importantes (el Paidós y el Monte Ávila).

Cuando le comenté que no lograba darle un orden a la suma de textos que conformarían mi libro, como arma de seducción él se ofreció rápidamente a ayudarme. Así fue como inauguramos un trabajo en colaboración que mantuvimos durante años. Antes de entregar un original a la editorial esperábamos las sugerencias del otro. Mi ex mantuvo esa costumbre incluso más allá de nuestra separación. Yo, en cambio, unos años antes  de ese acontecimiento, necesité liberarme del ojo crítico de él para entender mejor cuáles eran mis propias limitaciones y preferí que leyera mis libros después de publicados. (Según mi analista de ese entonces, liberarme de esas críticas fue un paso para liberar mis propios escritos de algunas ataduras retóricas de las que yo misma me quejaba).

Eran épocas en las que la costumbre de concurrir a un taller literario todavía no estaba naturalizada. De hecho, nuestra generación los empezó a implementar tímidamente como un medio de supervivencia, pero con la secreta convicción de que se trataba de algo un tanto espurio. Como el enemigo por entonces eran para nosotros los “temas”, los “referentes”, los “contenidos”, resultaba difícil sortearlos si uno quería a la vez trasmitir alguna enseñanza de escritura. Yo, por ejemplo, escribí en 1977 un texto en el que publicitaba mi “laboratorio de escritura” abriendo paraguas de antemano: ofrecía, usando la metáfora del laboratorio, lo que yo creía era una opción más cool, una especie de intermedio entre el grupo de estudios (formato que sí valorábamos en ese entonces) y el taller literario.

Pretendía, no sé bien de qué manera, pasar información teórica al mismo tiempo que daba a los participantes una devolución de lo que producían. Se ve que quería preservarme de tener que meter mano en esos “contenidos” comunicables que latían en el corazón de los escritos ajenos. Mi coraza era la teoría y quería parecerme más a Masotta con sus exitosos grupos de estudios que a algún escritor norteamericano enseñando en el writing program de una universidad. Por ese entonces yo llamaba con desprecio “pragmatismo norteamericano” a una práctica que con los años entendí hasta qué punto servía para interrumpir de cuajo el malsano solipsismo que suele atacar a los escritores.

 Ahora bien, como nosotros mismos no concurríamos a talleres (de hecho, tampoco los había) pero la necesidad de mostrar lo que escribíamos y recibir alguna devolución se nos imponía como a cualquier mortal, lo hacíamos dentro del círculo cerrado del grupo, sin la mediación de alguien con más experiencia y menos intereses creados. También había otra opción: transformar a la pareja en un taller literario. Eso hicimos durante años mi ex y yo con resultados disímiles.

Otros también parecen haberlo hecho. Ricardo Piglia, en sus Diarios, se queja de que Josefina Ludmer, quien por entonces era su pareja, le hubiera criticado un texto después de publicado: “Con Iris, antes de dormir, extraña sensación cuando ella me critica (cuando ya no hay arreglo) ‘El fin del viaje’. Lo peor es que tiene razón, todo relato se puede mejorar. Me afirmo, sin embargo, en el entusiasmo de Saer por el cuento, sobre el que me escribe una carta muy generosa”. Aquí Josefina –cuyo nombre completo es Iris Josefina Ludmer– aparece como Iris. Según la situación que narre, Piglia juega con esa duplicidad aludiendo a “Josefina L.” como alguien que es parte del mundillo literario, o a “Iris” cuando se refiere a la intimidad de la pareja.



Entre esos dos personajes de la ficción autobiográfica, es Iris quien critica, “cuando ya no hay arreglo”, dejando en su interlocutor “una extraña sensación” que lo lleva a ampararse en el afecto y la generosidad del amigo.

 En la vereda opuesta Ted Hughes, en Birthday Letters, libro de poemas enteramente referido a su relación amorosa con Sylvia Plath, narra cómo criticó, en una revista universitaria, un poema de Plath antes de conocerla, con el fin secreto de seducirla: “más para alcanzarte/ que para reprocharte, más para establecer contacto/ a través de la ajetreada astronomía/ del balancín de los estudios superiores/ o la socialización, a un nivel más bajo, que para corregirte/ con nuestros arcaicos principios preparamos/ un ataque, una mutilación, riéndonos”. Es posible que, como Hughes, también Iris haya querido, a su manera, poner a funcionar una maquinaria crítica como arma de seducción. En este caso esa maquinaria –que Ricardo Piglia siempre admiró tanto– le pertenecía a Josefina L. Sin embargo, parece ser que por fuera de la literatura, en la intimidad de la pareja que él invoca en sus Diarios, Piglia necesitaba contar, para armar la trama del amor, más con la dama del nombre secreto que con la escritora del nombre público.

 De todos modos, ya sea con Iris o con Josefina, ya sea con Tamara o con Tamar, hacer del tallerismo en pareja una instancia del amor no es tarea sencilla. “Ya no hay arreglo”, afirma Piglia casi como diciendo, lacanianamente, que “no hay relación sexual”. Porque una absoluta empatía con el texto que escribe nuestro partenaire supondría escribirlo nosotros y eso parece imposible: un desfasaje temporal nos separa siempre de lo que quisiéramos que coincida. O el texto ya estaba publicado cuando la pareja todavía no se había constituido (como en el caso Plath-Hughes) o el texto se publicó cuando la pareja se estaba consolidando (como en el caso Ludmer-Piglia) o, como en mi caso, un libro no publicado, pero sí terminado se volvió publicable gracias a la gestión de quien en realidad lo que buscaba era candidatearse para el amor.

 Sea como sea, nunca la relación tallerismo-amor aparece como simétrica o, como pide Piglia –que sí encuentra esa cualidad en el amigo–, absolutamente generosa. En este sentido, cabría preguntarse qué es lo que esperamos, en el tiempo presente de la relación, que el otro escriba si lo comparamos con lo que escribimos nosotros. ¿Queremos que se parezca a lo nuestro para así quedarnos tranquilos de que vamos por la senda correcta? ¿O preferimos que se diferencie radicalmente para que no interfiera con nuestros proyectos personales? Mi experiencia me demuestra que, a pesar de las buenas intenciones, parece imposible que no se cuelen inestabilidades momentáneas de todo tipo y, sobre todo, ese malsano intento de querer leer entre líneas para comprobar si el texto del otro dice algo sobre nosotros.

Se me dirá que algo similar estoy buscando yo ahora en “Tamar”. Sin embargo, acá la situación parece revertirse. Por primera vez un texto de mi ex, aun estando dedicado a Marta Marat, está realmente dedicado a mí. La dedicatoria “a Tamara Kamenszain” en el libro Cavernícolas es una marca más en la historia literaria de ese libro que les pertenece por entero a sus lectores. En cambio “Tamar” viene cerrado con una contraseña de cinco letras que solo yo conozco. En ese sentido, estaríamos ante un texto que no pide ser leído en los tiempos reales de un taller matrimonial. No cabe duda de que cuando él deslizó la hoja A4 debajo de mi puerta no pretendía recibir de mí una devolución literaria. De hecho, nunca sabré qué pretendía realmente porque ninguno de los dos sacó jamás el tema. Ahora, pasados tantos años y con la mediación de su muerte, una temporalidad póstuma me encuentra en la necesidad de digitar la contraseña y abrir ese inédito, porque si “Tamar” era para mí, tengo que ser yo quien lo publique sin que él se entere.

Cuando nosotros nos leíamos mutuamente, solíamos propinarnos críticas del tipo “esto tiene buen ritmo” o “acá repetís palabras” o “esto suena muy borgeano”, haciéndonos siempre los desinteresados respecto de los secretos escondidos detrás de la trama del texto, esos en los que habita la otra trama: la del amor. Ahora estoy ante una experiencia opuesta. Me estoy esforzando por entrar en los secretos (¿“bolsones semánticos”?) que hicieron de nosotros no solo una pareja de escritores sino, sobre todo, una pareja como cualquier otra. A ver si, pensándolo de esa manera, me resulta más fácil desclasificar este archivo y abrirlo al público

 

En: El libro de Tamar
ETERNA CADENCIA, mayo, 2018