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viernes, 26 de septiembre de 2025

ANAHÍ MALLOL. UNOS DÍAS AFUERA, DIEGO L. GARCÍA

 









La escritura de Diego García se mueve entre la cultura masiva y la letrada: la experiencia cotidiana está permeada, formateada estéticamente y guiñada por los cánones de una industria cultural que ocupa todo el campo de lo visible y de lo decible, aun de lo imaginable: “casi a la vida igual / el color / exacto de la felicidad en la mirada / a un botón de la mano / ellos sonríen con sus trajes y sus flores automáticas / en el afiche / él pagará / e irán a casa a mirar sus años / en el tubo brillante / de un mundo perfecto / …… / “todo lo que siempre quisiste” / …… / “llena tu ojo / llena tus oídos!”, dice el primer poema con el que comienza esta antología, hecha por el mismo autor, de los seis libros de poemas publicados hasta el momento, a los que se suman inéditos.

Ante cada experiencia de la vida como ante escenas filmadas o televisadas, Diego García ejerce la fuerza de su mirada y la de su palabra. Por momentos se trata de un mundo en el que, por su proliferación, las imágenes y los discursos han dejado de ser símbolos para pasar a ser nada, se han vuelto materia del inconsciente, a la vez que materia de pura superficie sin revés.

El poeta observa y recorta, fragmentos de esa materia a-significante, y hace algo con ellos. Se trata, desde la austeridad del objetivismo de los ochenta y los noventa, desde ese tono seco y desapegado, desde la desfachatez del pop que clama por belleza y felicidad sin conflicto aparente, de construir el reverso de los cuadros de Lichtenstein, ese pintor del pop que tomaba escenas de los comics y los agrandaba hasta proporciones inverosímiles para hacerlos decir otra cosa, al mismo tiempo que exponía una maestría técnica que dejaba huella de los medios de reproducción. En esa distancia entre lenguajes se juega una distancia estética fundamental que García calibra en todo su peso: no se trata ya del realismo sino de la verdad, en tiempos en que “nada parece verdad y tampoco importa”. Pero no hay lecciones para dar: Diego García se atiene a un gesto estético que saca de lo mínimo todo su poder y expone un estado de cosas. La superposición-distancia de estos dos mundos, el de la vida y el de las pantallas, hace que se señalen mutuamente, se imbriquen, en un lenguaje trabajado en el montaje que implica al lector en un esfuerzo de descatalogación de los sentidos dados, del reparto de lo sensible constituido como lugar común, un temblor o un vaivén. En esa exigencia de lectura instala esa verdad como captura o insight, como golpe de ojo, o choque con la frase o el verso, al mismo tiempo que emancipa a su lector: no explica, señala; no denuncia, dice.

Ese es el núcleo del trabajo poético. Esa es la salida también para la poesía contemporánea, una que arma una potencia poética ahí donde la imagen y la palabra parecen estar completamente cooptadas. Lo hace por medio de un trabajo hecho con un bisturí de exactitud que arma las frases como piezas de relojería, cortando lo ya dicho en el lugar menos esperado y empalmándolo con otra cosa para que surja lo nuevo, lo que hay aún para decir.

El lenguaje es austero, mínimo, los versos cortos, y el corte opera como una pequeña señal de despertar, despertar del sueño inicuo que es la pantalla que abarca todo. Así funcionan también las pausas que marcan las barras en cortes intraversos, para multiplicar la sintaxis y complejizar las frases. Saltan entonces las chispas de sentido en el sinsentido de los discursos mediatizados como brotes de verdad en el realismo capitalista, sobre todo porque la subjetividad también está reducida a mínimo. El recato del yo se define aquí como un ojo, una capacidad de ver, que es capacidad de enunciar. Ni poesía del yo ni poesía de los objetos, ni intimidad ni realismo social, ni privacidad ni política, Diego García construye el tono justo para interpelar lo contemporáneo, para hacer poesía, para convocarnos una vez más a ser los humanos que se adueñan de unas palabras propiedad de nadie o de unas máquinas auto-replicantes, para rescatar las palabras en un mundo en el que “nada parece verdad y tampoco importa”. Lo hace con una poesía sin autocomplacencia y sin concesiones, que, con su “lengua fuera de foco”, nos pregunta “¿hay alguien ahí?”.

 

martes, 23 de septiembre de 2025

teaser: DIEGO. L. GARCÍA. UN SÁBADO POR LA MAÑANA

 




Se trata de una continuidad y a su vez de un nuevo punto de partida con respecto a Unos días afuera, la antología de mi poesía que editó Pixel en 2023. Después de ese momento de revisionismo, depuré algunas ideas sobre el poema y el ensayo, los géneros que me interesan para explorar. Básicamente opté por darle mayor lugar al disfrute, a la curiosidad genuina y eliminar cualquier tabú con respecto a los materiales. Si bien lo venía haciendo, creo que este libro es un paso más. A veces las obsesiones personales pueden fácilmente autocensurarse, pues la repetición, la redundancia, son elementos molestos para el productivismo de estos tiempos. La demora en lecturas de entretenimiento, el murmullo de la calle, el cine experimental, los videojuegos, las canciones de amor desafían en ese sentido tanto al intelectualismo de pantalla como al poetizar iluminado (por la linterna del iphone). Perderse en la lentitud o velocidad (depende de cómo se lo vea) de un sábado por la mañana me pareció un gesto contra las demandas actuales.

Diego L. García


músicos de sesión
(playlist con una fotografía de Eggleston)


camisas y faldas planchadas

como una línea de melotrón

que se va apagando

poco a poco

(eso que ocurre poco a poco

es siempre precioso).

árboles al fondo. el auto

estacionado sobre una alfombra de mini golf

y el cabello de los dos

que no necesita esforzarse.

cielo gris industrial,

el tiempo es un trapo viejo

en el baúl

una línea roja

inclinada apenas, lo suficiente,

sobre un metalizado crema.

palabras de café,

promesas como servilletas muy finas

que al doblarse

ya se marcan.

es la geometría del cosmos,

argumentará alguien bajo una lámpara

para quemar hormigas

si te fijás bien

el mecanismo es perfecto

con las armonías que cantan

my lips will kiss

y el zapato con medias blancas

es un anexo materno.

diamante residual de navidades

con ruido de papel regalo.

fantasmas de almidón

chasquean los dedos

en medio de la tormenta


una granja, tal vez, detrás

de la arboleda, como las que aparecen

en los poemas de James Wright

y funcionan de lujo,

tanto que sólo podés pensar

en una trompeta de sesionista.

un sujeto puesto ahí

donde el amor y la música

no se dividen



double dragon

cerrás con doble llave

persianas metálicas de double dragon,

pintadas como decoración hasta que acribillan

a un vecino por la madrugada. cantás

y las pastillas para la depresión

aumentan de precio

(el corazón de vaca es un plato valorado acá).

está bien que el ruido de las motitos joda

y revientes el parlante para tirar

al alargue

esa botella con pesos, no digo ingenuidad

pero hay mucho de mí mí mí

en la fila de reproducción.

la TV de la sala de espera pasa

videos de Hong Kong

un sábado al mediodía,

nada que detenga la pedrada,

la furia que sale de pantalla



kelog party

como un agujero negro

este poema absorbe

la mayor parte del trabajo sucio:

vestidos de tucanes gigantes,

detrás del vidrio,

discuten sobre la fiesta cerealista,

actúan como un error de imagen

que me devuelve al desayuno

[las moras descongeladas son mis preferidas!

me gusta ver la vieja estampa

de precios en la caja.

el corte diagonal perfecto]


*foto de Alex Prager


lunes, 8 de septiembre de 2025

DIEGO. L GARCÍA. LOS PÁJAROS DE LA CIUDAD (ALGUNAS IDEAS SOBRE LA ESCRITURA DE POESÍA)

 



                                          

Yo no sé nada sobre la conciencia.
                                                                             Solo intento enseñar a mis alumnos
                                                                                     a escuchar cantar a los pájaros
                                                                                                                       Suzuki Roshi

                                   
                                   …el vaivén cotidiano que sigue tejiendo la trama de los días
                                                                                      M. Blanchot, El espacio literario

 

1

Entre los apuntes que llevo juntando hace años acerca del quehacer poético, me encuentro en muchas ocasiones con la tensión entre hablar de “escritura” a modo general o puntualmente de “poesía”. Como si esto último no fuera algo tan concreto y requiriera de un desgranamiento hacia un exterior más flexible, contrapuesto a la imagen de una estantería ordenada por etiquetas y códigos de barra. Exagerando a penas un poco podría preguntarme si existe la “poesía”. Exagerando un poco menos, si el término interpreta todo lo que considero parte de su ámbito.

Aquella tensión tiene un fundamento teórico: en “De la obra al texto” (1971) Roland Barthes nos habla del “texto” como un estado donde el lenguaje está en funcionamiento y no en la biblioteca, mientras que la “obra” es el asunto cerrado, material. Ahí se pone interesante la cuestión: ¿puede el propio material mantenerse inestable? Versiones, notas, glosas, paréntesis pueden aportar en ciertos casos un amparo lingüístico para advertir al lector que las cosas no están saldadas (que, si la palabra representa la ausencia, también ha de representar un movimiento). Que lo que hay allí es un momento, un presente. Que esa “escritura” es capaz de actualizarse, todavía, una y otra vez.

2

En esa masa conceptual, el “poema” es algo más que un mecanismo tradicional (mejor dicho, ancestral) en el cual el ritmo sostiene una carcasa más o menos connotativa. Le estaríamos agregando a ello al menos un plano más: el de la producción. Un artefacto que se hace, y no que está hecho. Ni siquiera está hecho para ser explicado.

3

Ya leyeron la cita sensacional de Suzuki Roshi (1904-1971). Veamos este cover: Yo no sé nada sobre la poesía. Solo intento enseñar a mis alumnos a escuchar cantar a los pájaros. No sé quién tradujo esa versión en español, pero continuemos alterando su melodía: Yo no sé nada sobre la poesía. Solo intento que lector se vaya a escuchar cantar a los pájaros. En esta última versión ya aparece una dirección, una interpretación de ese sintagma en el original (la saqué de Instagram así que tampoco podría hablar de original¬): no está “enseñando” (cita inicial) a escuchar el canto sino a escuchar cantar. El canto de los pájaros hubiera sido un lugar común que tan solo hubiera despertado la falacia de una verdad que se esconde justamente donde no se puede acceder, allí donde el código de los pájaros encriptaría por siempre la palabra divina. Es así que al enseñar (o al expulsar al lector hacia) lo intrascendente (no es nuestra esa conversación de aves, seamos claros) el texto / la poesía / la conciencia se vuelve una materia liviana. Es el primer paso para aproximarse a algo: que se trate de una sustancia para la que demos la talla.

4

Si la conciencia es un terreno al que se accede despojado, libre de lo material, libre del saber dado, bien puede serlo también la poesía. Entonces, ir en pos de la disposición a escuchar aquello que habla de lo que no tenemos, de donde no estamos y de lo que no creemos es hablar de un acto cercano al quehacer poético. El aire lo comprende todo, el resto queda afuera del camino.

5

Escucho “Spring is Here” por Bill Evans Trio en una playlist que tiene un título en un idioma oriental. Supongo que es coreano, hay formas circulares y formas ovaladas sobre los trazos angulares que no recuerdo haber visto ni en chino ni en japonés. No tengo miedo de escribir lo que desconozco (se aprende a evitar esa incomodidad y cuánto vale la pena). Lo hago adrede: un código aéreo como las notas que emergen del piano de Evans hacen que esta noche húmeda del conurbano bonaerense tenga otro color. El título y la descripción del video también: suman una imagen fija de un muelle y tres siluetas caminando; el agua brillante, todo en un tono azul pálido. La ciudad que me envuelve se acopla a ese disfraz durante este rato en el que escribo.

6

Que la fuerza motora del poema apunte a un lector que se aparte implica algunas aclaraciones: a) la literatura no es una tarea escolar; b) nadie tiene que hacer algo particularmente correcto con el poema; c) el poema no necesita al lector (y ahí, otra vez, la tensión barthesiana); d) el lector no necesita al poema; e) la apelación a un otro –mostrar/enseñar- es a empujarlo hacia los bordes.

 

7

Los bordes: mirar cantar a los pájaros / construir tu propio código de relación y experiencia.

8

No un código de comprensión.

9

En la playlist coreana justo aparecía en ese presente de escritura la canción “Spring is Here” (googleo: compuesta por Richard Rodgers, en 1938). Durante el último verano estuve traduciendo una selección de poemas de Dylan Thomas (uno de mis héroes) a la que titulé, tomándolo de uno de los textos, Aquí en esta primavera. Casualidad o no, vuelvo a esas imágenes dylanianas. El poema no vive más allá de su propio instante de acción, ya sea su escritura o su lectura. Y es siempre un nuevo poema. Cada primavera es de otros. De quienes la descubren por primera vez. Y así, a su vez, es un poco de nosotros –luego. Tras el silencio, diría Blanchot, la palabra intensifica la ausencia. Y si queremos apresar algo en ese espacio, caemos en lo que describe con belleza Jacques Derrida: el faux pas, el paso en falso que va al extremo pero sin dejarnos caer por completo afuera.

10

La ciudad huele diferente cuando las chimeneas de las fábricas aprovechan la noche para lanzar sus desperdicios. Hay perros muertos de frío que husmean en bolsas colgadas en los postes de luz. Por la mañana podremos ir a “escuchar cantar a los pájaros”: veremos sus signos de plumas y patitas como ramas pobres, sus colores de abrigos gastados, sus frenéticas cabecitas sin paz. Así son por acá.

11

Lo que nos expulsa en ese idilio es la escena prototípica, el paisaje oriental del jardín japonés, el ave espléndida en la rama florecida. Aquí en esta primavera el borde de la situación encarna otra conciencia: el poema no cumple ninguna expectativa y así amplía su continuidad. No solo hacia adelante sino para con la tradición.

12

El poema es el vaivén cotidiano. Ni más ni menos. Una trama que continua, dialoga, explora y analiza su propio devenir. Por ello, también para este pequeño ensayo (ensayo y poema tienen acuerdos especiales con la mafia de los géneros) si la cita de Suzuki Roshi fuera apócrifa daría lo mismo. Porque decir “apócrifa” es decir “inventada”, “ficticia”, “creada”. ¿Y qué palabra puede dejar de serlo en este fluir de voces que buscan tan solo un instante de estrellato en la rama principal?