BACKSTAGE
Una de las cosas que veo es que cada vez es más difícil
escribir poesía que no sea en un punto metapoética o autorreferencial; ahora la
poesía lo es de maneras muy variadas, sofisticadas, tácitas o sutiles. ”Quizás
el mundo cambia a tal velocidad que a la poesía solo le queda observarse a sí
misma para tratar de entender cómo esa velocidad lo afecta todo. En todo caso
ese era el tipo de preguntas que me hacía al pensar en escribir sobre el
ejercicio de la propia poesía, sobre la tradición o sobre poetas con nombre
propio.
La relación entre la poesía y la política es complicada, me
parece. En primer lugar, y eso es algo que solemos olvidar, es una relación que
se juega en el lenguaje, en cómo te colocas tú como escritor de poemas frente
al lenguaje que impone el sistema, digamos. Después está el asunto temático, de
cómo lo que dices como escritor de poemas aborda lo político. A mí me da la
impresión de que se le da demasiado peso al asunto temático, casi como si la
calidad artística de un libro se definiera por cuan nítidamente ilustra
determinadas agendas o causas. O por cuan eficazmente se enfrasca en
indagaciones sociológicas. Pero esos no son valores artísticos. Es pura
instrumentalización política, instrumentalización que el mercado, por supuesto,
detectó primero que nadie y canibaliza como sabe hacer, como siempre.
A veces nos olvidamos de que la literatura no está aquí para
resolver nuestros tremendos dilemas identitarios. La literatura es otra cosa:
no resuelve nada. Dicho eso, creo que el humor, la sátira y el absurdo son
elementos que ayudan a construir un proyecto artístico en el que lo político es
un eje. Son elementos que ayudan a salir del lugar del sermón o del chantaje
emocional
(Fragmentos de una entrevista con Jota Picón, visible en: https://tiempodeveda.wordpress.com/2022/03/24/diego-otero-mi-unica-bandera-mi-unico-objetivo-a-la-hora-de-escribir-pasa-por-el-deseo/)
LO QUE NOS QUITARON LOS NOVENTA Y NADIE SE ATREVIÓ A RECLAMAR
A veces
imagino que son de nuevo los noventa. Y que
estamos todos bailando felices y livianos en el descanso de una escalera inusualmente amplia.
Y que de pronto cualquiera de nosotros se detiene
por un instante bajo la bola de espejos
y pregunta: ¿y qué había en el piso de arriba?, ¿de dónde es que venimos bajando?
Nadie más desagradecido
con la muerte que los vivos, responde una voz, así, sin contexto, como salida
de un parlante
en una habitación vacía.
Pero la música
era más o menos fea y la tristeza terminaba siempre poniéndose un poco
delincuencial.
1991 y un par de cigarros sueltos a las siete
de la mañana. Un Volkswagen blanco completamente cubierto de humedad. Una chica de pelo negro
que voltea hacia la calle y entrecierra los ojos como para diferenciar lo que quiere ver de lo que no
y alguien, en el asiento de atrás,
que nos devuelve de golpe al presente:
En las películas malas nunca faltan arenas
movedizas,
dice, con una mezcla de risa
y náusea.
–Imagínate si encima tu ciudad fue construida en el desierto.
En fin. Mejor entremos de nuevo
a una discoteca. O mejor vayamos caminando hasta el malecón.
Bizarro, Bauhaus,
la onda expansiva del ruido blanco:::::cruces sobre cruces de tape en todas las ventanas.
Parece que estamos buscando a alguien que no podemos encontrar, te dice una chica que súbitamente es muy amable, y sonríe,
la tercera vez que se cruzan en el estrecho pasadizo del
2007. Sus ojos aparecen, desaparecen y vuelven bajo la secuencia de resplandores y sombras
y bases
y estruendos.
A partir de entonces
la noche es solo tuya: todos los que esperaban algo
al borde de la pista de baile se han convertido en ceniza, en puchos aplastados, en la silenciosa madrugada que zumba en los oídos,
en las flores intangibles del sueño.
O puedes también elegir fugar tú solo, sabiendo
que si no lo haces
tu cuerpo podría despertar perfectamente consciente pero hecho pedazos, repartido en una cadena de habitaciones que has visto o imaginado y ahora quieres dejar atrás antes de que tus ojos se detengan en cualquier detalle que las haga más verdaderas.
O puedes también elegir fugar tú solo.
Aunque esa posibilidad quizá sea
un poco
menos verosímil. Y caminar con las manos en los bolsillos de tu casaca azul,
y mirar las líneas de la vereda como si miraras la ciudad desde un avión.
NOCTURAMA
Un auto de policía llega a la escena del crimen. La escena del crimen está marcada con un aspa
en el centro de la página en blanco: un avión cruza ese espacio como un breve acontecimiento de luces en la oscuridad
y su sombra cubre unos segundos la cara de una mujer que mira un punto fijo:
un punto fijo
que nosotros no podemos ver. Y la circulina que gira nos ciega de pronto. Rojo y azul. Rojo
y azul. Sobre los muros
grises y las fachadas blanquísimas.
Necesitamos algo que nos eleve un
poquito. De otro modo tendremos que permanecer aquí, y seremos siempre sospechosos de algo. Sospechosos incluso para nosotros mismos.
Una, nada más que una sensación de fluidez:
la imagen de un skater deslizándose sobre un tumbo estático de asfalto: solo se escucha el ruido de las ruedas
que giran y saltan
y golpean suavemente en el declive de la pista.
El tiempo ha pasado, piensas. Las cosas no han salido exactamente como tú lo hubieras querido. Pero un auto
de policía ha llegado
a la escena del crimen –¿porque tú estás ahí y lo viste todo?, ¿porque
fuiste tú
quien discó nerviosamente el número?
En algunas especies, cuando la manada descansa,
un ejemplar cumple espontáneamente la función de vigilante.
¿Será el miedo
lo que activa ese rol espontáneo?, ¿qué haremos, al final, cuando llegue el inevitable cansancio y se nos cierren los ojos?
Obviamente estamos aburridos en el Nocturama, le dice un búho a un ocelote, y luego procede
a expulgarse las alas con extrema paciencia: Los visitantes abren los ojos y nos miran
y piensan que no nos damos cuenta de que somos solo parte del magnífico espectáculo de la noche salvaje
y artificial. Pero mi cuerpo no ha sido hecho para esto.
Ahora la mujer calienta sus manos con un café servido en un vaso de plástico. Sirenas e
interferencia en un altavoz. Rojo y azul. Frío.
Ahora recuerdo que anoche estuve en una fiesta en la que sucedieron cosas y en medio de la confusión el DJ terminó degollando al silencio.
Y se entregó.
CONTEXTO (2017)
En el noticiero de la noche vemos
que el presidente
es entrevistado por un tipo con
cabeza de pájaro.
Debe ser una de las noches más
frías del año.
Hemos prendido la estufa y estamos
tapados
hasta el cuello.
Mi
esposa pregunta
si la cabeza del entrevistador
representa
a un cóndor o a un gallinazo.
No
sé, respondo, y
subo el volumen para que el
contexto
(las cosas que dicen)
nos ayude a sacar alguna
conclusión.
Pero
todo
lo que brota
del parlante
es muy feo, por eso el
entrevistador parece
pronto hiperventilado
y acerca su cabeza a la cabeza del
presidente
y le clava el pico en un ojo.
La
sangre
salta
hasta
cubrir
la pantalla, como
una cortina pesada y
roja.
Y
no nos queda más
que apagar. Y volver sobre esa
tarde de marzo
en que la luz era de un brillo
dorado
limpio. Y en la que mi hijo de
cinco años
corría entre los muebles, y se
carcajeaba,
y tiraba al aire una pepa de palta
que giraba como un pequeño planeta
o de repente solo como un país.
Un
país
arrasado.
Un país o una pepa de palta
que debería seguir girando
en el aire del departamento, cada
vez
más lentamente, hasta el punto de
convertirse
en la única excepción del mundo
a la ley de gravedad.
AUTOANIQUILIACIÓN, UNA PARÁBOLA
El hecho de que las autoridades
clausuren los bordes de los puentes,
los acantilados y los techos con
láminas de acrílico
transparente
no va a impedir que los suicidas
encuentren el
camino.
Pronto
esos acrílicos
quedarán como documento de una
“inocencia” pública:
el
apetito de la tierra
carece de remilgos frente a los
síntomas de la
enfermedad social.
Los
involucrados
tampoco echan al traste los huesos
del
faenón: se los chupan, eructan, y
la basura termina en el
mar.
Todo
es un poco como ir al kiosko y
pedir
el periódico del día, y esperar
que el periodiquero te dé siempre
dos
opciones: ¿quieres el diario
en el que nos va más o menos bien
o el diario en el que nos va
calamitosamente
mal?
Y
tú le dices, porque
estás muy cansada, que mejor
solo ves los titulares
de ambos mientras
empiezan
a llover fichas
plásticas
de algún juego
que no conoces.
(Esas
fichas, esos miles
o millones de fichas, hay que
decirlo, terminarán también en el
mar).
Pero
en unos años, cuando todo haya terminado
y la ciudad haya crecido mucho
hacia arriba gracias a una dieta
balanceada y con insumos de
primera
–y mucho a lo ancho un poco como
cuando alguien se alimenta de
chatarra–,
sobre las láminas de acrílico
inútiles y sucias
los más jóvenes pintarán con spray
unas palabras
parecidas al grito en cuyas ondas
sonoras
viaja una flecha de punta
encendida
hacia la noche
cerrada.
NUEVOS DEBERES DE LA POESIA
PERUANA
Si vamos a hacer que alguien regrese de la muerte, tenemos que colocarlo
al timón de un bus escolar.
Un
bus que lleve escritas las palabras
ser
vicio
escolar. Si tenemos que decir que vivimos en Lima,
debemos
decir que vivimos en el Califato
de Lima.
La poesía peruana no se permite
risas grabadas al final de cada
verso
pero
podría:
ese
detalle de tecnología
vintage
promete convertir nuestra
proverbial desazón
en un santuario
de incrédulos.
Son
feos los lugares
en los que el amor es
difícil. O está prohibido. Y aquí
todavía
juramos que la Torre de Marfil
estaba libre de abusos,
injusticias
y atrocidades.
Mejor
es comprobar que la física nos provee de una rama
florida:
cuando
un cuerpo
alcanza determinada velocidad se
convierte en arma.
O en ilusión.
O en un buen motivo para moverse
también.
Si vamos a hablar del holograma electrizado, inestable,
de Toño Cisneros
circulando bamboleante por Comandante Espinar
o Berlín,
tenemos que decir que al cruzarse con el holograma nítido
de
Washington Delgado
se dan un abrazo
y se atraviesan o se funden o
se traslapan en ese abrazo: se convierten
en un solo poeta, nuevo,
que ya no es holograma.
A
esto se le puede llamar fantasía, incluso
fantasía queer,
pero también tradición.
En
la publicidad prostibularia
la palabra modelo es un eufemismo
para
puta, y la palabra poeta
un eufemismo para ese paracaidista
que abre la campana de tela
en el cielo de la noche
y mira hacia abajo
y no sabe
si esa cosa pequeña y luminosa que
va
creciendo es una fiesta
o la guerra.
EL CALIFATO DE LIMA
1.
Porque somos demasiado
desconfiados es
que lo vemos:
se
pone de pie frente al
espectáculo del sunset del verano
y se coloca
el turbante con estilo y
lentitud.
Nosotros no tenemos voz ni
queremos
tenerla. Nos comunicamos por los
ductos
del edificio:
los ductos
son nuestras gargantas, y decimos
lo que dicen el paso del tiempo o
las condiciones
meteorológicas.
Decimos luz natural que destiñe la
tapa de un
libro, decimos aire. Pero
también decimos cosas
aparentemente
descontextualizadas:
soplido de hielo antártico,
explosión.
2.
A la pregunta de si prefiere una
mano invisible,
una mano negra o una mano dura, él
responde que
la única mano posible no es
exactamente
blanca pero está cubierta
por un guante blanco:
es decir:
es la mano de un mago. Una mano
cuyos
dedos largos y finos empujan al
ciudadano que tuvo “mala
suerte” o “escasa disciplina”
hacia el agujero
negro de un cráter y nos hacen
creer que se conducen
a un bosque
en un chasquido.
3.
Acá usamos sobre todo los ojos,
menos mal. Y la
cerviz.
Una
cerviz flexible, que
nos permite asentir
y desplazar el cuerpo
por las zonas en que el edificio
se vuelve
angosto como la madriguera
de un topo o el ojo
de una cerradura.
4.
Porque somos demasiado
desconfiados
es que oímos el engranaje
de sus pensamientos.
Es
como un motorcito y dice que la sola idea
del cemento levanta muros
y proyecta ruinas. O dice
que la sola idea de Dios
es un estudio
para la lotización
del infierno.
Nosotros
oímos el ritmo
industrial, insaciable, del
motorcito en las zonas
inferiores del edificio
mientras él contempla el
espectáculo del sunset tras
la mampara de doble altura del
penthouse y cobra
eso que llaman
gastos de representación.
5.
Llegados a este punto quizá sea pertinente preguntarnos hacia dónde exactamente estamos yendo. El viejo crítico literario que me parasita y que despierta por temporadas (como un oso que hiberna con el estómago vacío) quiere saber por qué, por ejemplo, este poema lleva por título El Califato de Lima. Qué es El Califato de Lima. ¿Un chiste? ¿Una caricatura de la opresión y el fundamentalismo que asoman sus cabezas de papel maché por encima de una nomenclatura de dudosa incorrección geopolítca? ¿Se debe presumir que en algún lugar, encaramado sobre algún púlpito o alguna bóveda, hay algo así como un Califa? ¿O el Califa es ese energúmeno que ya hemos conocido? Y by the way, ¿esa voz colectiva, ese “nosotros” que conduce el discurso, no es acaso la voz del indigno que sabe olfatear la indignidad de los demás? ¿De todos los demás?
6.
Quizá la única
forma de responder (o por lo menos de ubicar) estas cuestiones es poniendo
pausa y mirando un detalle particular del poema, que muestra la panorámica de
un edificio gigantesco cuyos frentes ven, por un lado, la cordillera Occidental
de los Andes, y por el otro, el Océano Pacífico. Pero lo importante no es tanto
la dimensión vertical del rascacielos sino el penthouse que une ambos
horizontes –cordillera y mar– y que funciona como centro de operaciones de lo
que parece una especie de institución diseñada entre otras cosas para ver el
skyline dorado,
salmón y
violeta
que nos vuelve a
todos
un poco idiotas
mientras él se pone
el turbante
en silencio.
El silencio es
imprescindible para una adecuada contemplación:
desde tan arriba todo es hermoso,
incluso Lima.
(De El Califato de Lima)