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lunes, 8 de septiembre de 2025

DIEGO. L GARCÍA. LOS PÁJAROS DE LA CIUDAD (ALGUNAS IDEAS SOBRE LA ESCRITURA DE POESÍA)

 



                                          

Yo no sé nada sobre la conciencia.
                                                                             Solo intento enseñar a mis alumnos
                                                                                     a escuchar cantar a los pájaros
                                                                                                                       Suzuki Roshi

                                   
                                   …el vaivén cotidiano que sigue tejiendo la trama de los días
                                                                                      M. Blanchot, El espacio literario

 

1

Entre los apuntes que llevo juntando hace años acerca del quehacer poético, me encuentro en muchas ocasiones con la tensión entre hablar de “escritura” a modo general o puntualmente de “poesía”. Como si esto último no fuera algo tan concreto y requiriera de un desgranamiento hacia un exterior más flexible, contrapuesto a la imagen de una estantería ordenada por etiquetas y códigos de barra. Exagerando a penas un poco podría preguntarme si existe la “poesía”. Exagerando un poco menos, si el término interpreta todo lo que considero parte de su ámbito.

Aquella tensión tiene un fundamento teórico: en “De la obra al texto” (1971) Roland Barthes nos habla del “texto” como un estado donde el lenguaje está en funcionamiento y no en la biblioteca, mientras que la “obra” es el asunto cerrado, material. Ahí se pone interesante la cuestión: ¿puede el propio material mantenerse inestable? Versiones, notas, glosas, paréntesis pueden aportar en ciertos casos un amparo lingüístico para advertir al lector que las cosas no están saldadas (que, si la palabra representa la ausencia, también ha de representar un movimiento). Que lo que hay allí es un momento, un presente. Que esa “escritura” es capaz de actualizarse, todavía, una y otra vez.

2

En esa masa conceptual, el “poema” es algo más que un mecanismo tradicional (mejor dicho, ancestral) en el cual el ritmo sostiene una carcasa más o menos connotativa. Le estaríamos agregando a ello al menos un plano más: el de la producción. Un artefacto que se hace, y no que está hecho. Ni siquiera está hecho para ser explicado.

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Ya leyeron la cita sensacional de Suzuki Roshi (1904-1971). Veamos este cover: Yo no sé nada sobre la poesía. Solo intento enseñar a mis alumnos a escuchar cantar a los pájaros. No sé quién tradujo esa versión en español, pero continuemos alterando su melodía: Yo no sé nada sobre la poesía. Solo intento que lector se vaya a escuchar cantar a los pájaros. En esta última versión ya aparece una dirección, una interpretación de ese sintagma en el original (la saqué de Instagram así que tampoco podría hablar de original¬): no está “enseñando” (cita inicial) a escuchar el canto sino a escuchar cantar. El canto de los pájaros hubiera sido un lugar común que tan solo hubiera despertado la falacia de una verdad que se esconde justamente donde no se puede acceder, allí donde el código de los pájaros encriptaría por siempre la palabra divina. Es así que al enseñar (o al expulsar al lector hacia) lo intrascendente (no es nuestra esa conversación de aves, seamos claros) el texto / la poesía / la conciencia se vuelve una materia liviana. Es el primer paso para aproximarse a algo: que se trate de una sustancia para la que demos la talla.

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Si la conciencia es un terreno al que se accede despojado, libre de lo material, libre del saber dado, bien puede serlo también la poesía. Entonces, ir en pos de la disposición a escuchar aquello que habla de lo que no tenemos, de donde no estamos y de lo que no creemos es hablar de un acto cercano al quehacer poético. El aire lo comprende todo, el resto queda afuera del camino.

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Escucho “Spring is Here” por Bill Evans Trio en una playlist que tiene un título en un idioma oriental. Supongo que es coreano, hay formas circulares y formas ovaladas sobre los trazos angulares que no recuerdo haber visto ni en chino ni en japonés. No tengo miedo de escribir lo que desconozco (se aprende a evitar esa incomodidad y cuánto vale la pena). Lo hago adrede: un código aéreo como las notas que emergen del piano de Evans hacen que esta noche húmeda del conurbano bonaerense tenga otro color. El título y la descripción del video también: suman una imagen fija de un muelle y tres siluetas caminando; el agua brillante, todo en un tono azul pálido. La ciudad que me envuelve se acopla a ese disfraz durante este rato en el que escribo.

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Que la fuerza motora del poema apunte a un lector que se aparte implica algunas aclaraciones: a) la literatura no es una tarea escolar; b) nadie tiene que hacer algo particularmente correcto con el poema; c) el poema no necesita al lector (y ahí, otra vez, la tensión barthesiana); d) el lector no necesita al poema; e) la apelación a un otro –mostrar/enseñar- es a empujarlo hacia los bordes.

 

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Los bordes: mirar cantar a los pájaros / construir tu propio código de relación y experiencia.

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No un código de comprensión.

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En la playlist coreana justo aparecía en ese presente de escritura la canción “Spring is Here” (googleo: compuesta por Richard Rodgers, en 1938). Durante el último verano estuve traduciendo una selección de poemas de Dylan Thomas (uno de mis héroes) a la que titulé, tomándolo de uno de los textos, Aquí en esta primavera. Casualidad o no, vuelvo a esas imágenes dylanianas. El poema no vive más allá de su propio instante de acción, ya sea su escritura o su lectura. Y es siempre un nuevo poema. Cada primavera es de otros. De quienes la descubren por primera vez. Y así, a su vez, es un poco de nosotros –luego. Tras el silencio, diría Blanchot, la palabra intensifica la ausencia. Y si queremos apresar algo en ese espacio, caemos en lo que describe con belleza Jacques Derrida: el faux pas, el paso en falso que va al extremo pero sin dejarnos caer por completo afuera.

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La ciudad huele diferente cuando las chimeneas de las fábricas aprovechan la noche para lanzar sus desperdicios. Hay perros muertos de frío que husmean en bolsas colgadas en los postes de luz. Por la mañana podremos ir a “escuchar cantar a los pájaros”: veremos sus signos de plumas y patitas como ramas pobres, sus colores de abrigos gastados, sus frenéticas cabecitas sin paz. Así son por acá.

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Lo que nos expulsa en ese idilio es la escena prototípica, el paisaje oriental del jardín japonés, el ave espléndida en la rama florecida. Aquí en esta primavera el borde de la situación encarna otra conciencia: el poema no cumple ninguna expectativa y así amplía su continuidad. No solo hacia adelante sino para con la tradición.

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El poema es el vaivén cotidiano. Ni más ni menos. Una trama que continua, dialoga, explora y analiza su propio devenir. Por ello, también para este pequeño ensayo (ensayo y poema tienen acuerdos especiales con la mafia de los géneros) si la cita de Suzuki Roshi fuera apócrifa daría lo mismo. Porque decir “apócrifa” es decir “inventada”, “ficticia”, “creada”. ¿Y qué palabra puede dejar de serlo en este fluir de voces que buscan tan solo un instante de estrellato en la rama principal?