Si escribo «difícil» —y más por cómo viene corriendo la tinta por los poemas— Paco me dirá: «no, Maurizio, no pongas eso. Después se asustan incluso antes de leerme». Supongamos entonces que, en lugar de «difícil» escribí «excéntrico» ¿Qué quiero decir con ello? La forma de comprobarlo es leyendo el libro de reciente aparición Nunca, mil y gigante (Colección dirigida por Antonio Ortega para Dilema Editorial, Madrid, 2025).
Tu caso es bastante particular dentro del
panorama de la poesía española, al igual que Ángel Cerviño, ustedes dos
“desgenerados”, tanto en función a la “ortodoxia” generacional como, también a
la de los géneros discursivos. Mi primera pregunta Paco sería, ¿cómo ubicarte
en el panorama de la poesía española actual?
Supongo que de
ninguna manera. Pero que me pongas al lado de Ángel, enorme poeta, es todo un
orgullo. Aunque insisto: de ninguna manera. Me siento un “desubicado”, o mejor
aún, un absoluto “aubicado”.
Hace poco Eduardo
Milán comentaba que en su opinión el síndrome Rimbaud se está disolviendo, que
ya la juventud no es requisito ineluctable para esto de la poesía, y que el
paradigma del poeta joven empieza a difuminarse. Yo no lo creo, menos aún ante
el fenómeno de la poesía para adolescentes, ahora tan en auge. Publicar el
primer libro a los 57 años es, sin duda, una anomalía. Incluso llegué a
escribir un poema en mi primer libro en el que pedía disculpas por tal
intromisión (“A la mar pelillos, y a la vejez sarampiones”). No pocas veces me
siento como un abuelo en su primer día de gimnasio, lejos de los que comparten
conmigo generación, y lejos igualmente de los que ostentan su poca edad.
Incluso en la práctica de la escritura me contemplo ajeno a cualquier
cronología. Pero reclamar mi condición de rara avis sería señal muy torpe de
anhelo, habitual entre los jóvenes (huyo, en buena lógica, de cualquier novedad
de última hornada). Reclamar que ya he ido y que el regreso es lo que me
define, sería una evidente manifestación de derrota, de ridículo orgullo de la
experiencia. Si a tu palabra “desgenerado” le quitamos la “s”…
Dicho esto, debo
enunciar el obligado matiz: Ángel publicó antes, tiene más obra y es mejor
poeta que yo. Además, es más alegre y un poquito más alto.
La otra particularidad creo yo que está
determinada por el discurso en sí pues la inestabilidad de un barroco, al cual
yo llamaría cervantino –coincidirás conmigo en que el barroco es un espíritu-
empieza de pronto a confluir con ciertas estrategias de comunicación/representación
que, desde mi perspectiva, parecieran responder al concepto de eficacia de la
poesía estadounidense –un aspecto que me sorprende. ¿Crees posible el
desarrollo de una escritura pelágica-insular-disidente en el pandemónium de la globalización?
Veo en tu pregunta
varias cuestiones. Si no te molesta mi afán de enumeración, que lo entendería,
contestaré por orden:
1) Toda escritura
debería ser disidente, al menos intentarlo. El sentido siempre es posterior.
Bien mirado, casi todo lo que nos atañe es posterior, fundamentalmente nuestra
conciencia, pues la lengua nos es dada, es previa, por tanto, deberíamos hablar
de una existencia anterior a cualquier “yoísmo”. Cuando mi hija me pide que le
explique un poema, mi obligación es intentarlo. Yo procedo de la crítica, que
tiene el mismo étimo que “crisis”. Me he tirado décadas localizando sentido a
los textos. El hermeneuta es, por naturaleza, un desconfiado de la letra
escrita. Otro modo de arrogancia. El sentido pretende reinstaurar la certeza,
en poesía esto es muy evidente. Consiste en regresar al camino del que nos
desvió el poema. La significación parece casi un arrepentimiento, un cantar la
palinodia, el reconocimiento del delito... ‘Lamento haberme desviado de la
certidumbre y de la significación que nos define comunitariamente’, tendría que
confesar el poeta. Nos hemos tirado años pregonando que la voluntad intencional
sirve de poco. Soy muy consciente de todo esto, pero debo responder a mi hija o
a mis alumnos cuando me preguntan. Sé que mi respuesta es otro texto, a menudo
distante del poema, una enmienda, una glosa, tal vez una secuela. En los
momentos de inseguridad me amparo en lo que el peruano Reynaldo Jiménez llamaba
“microsentido”. Vivimos años de imperativos. La exigencia de comprensión
facilita la supremacía de lo sencillo. Esta tiranía ha llegado incluso a las
aulas. Todo debe ser claro, accesible, cercano… Y divertido. El arte ya no es
lugar de reflexión, sino de diversión, preferentemente compartida. Explicar un
poema de Auden, o de Hölderlin, o impartir un curso dedicado a Perlongher o
Rilke es una labor muy similar a la de un detective que investiga un crimen no
cometido. Y en última instancia me engaño recordando a don Quijote cuando
afirmaba que el libro de su historia requiere un futuro e inconcreto
comentarista. Comprender, a veces, significa renunciar. Dicho esto, regreso al
inicio. Toda escritura poética debería ser disidente. No concibo una poesía
asociada al ocio, al tiempo libre. Tampoco que ansíe una exégesis explicativa.
El único intento poético que hoy retiene su validez es el que pretende aliarse
con la inteligencia, con el descaro y el calado crítico. Me gusta tu
definición: “disidencia pelágico-insular”. Si me permites, yo diría
"archipiélago de disidencias, sin aspavientos".
2) El Barroco es
un espíritu, claro, definido fundamentalmente por una espléndida manifestación
de desconfianza. Desconfianza en la certidumbre. Es muy interesante el
desarrollo de la anamorfosis barroca: la deformación reversible de una imagen.
Si por ejemplo pintamos un rostro, un paisaje o algunos objetos sobre una
superficie elástica, ¿se mantiene su identidad, su naturaleza, sus condiciones
de significación si estiramos intensamente esa superficie maleable? Puro
Barroco, y ahí me siento como pez en el agua. La duda moderna es consecuencia
de esta vacilación, recelar incluso de la propia percepción sensorial. En
“Espíritu, hueso animal” tengo un poema dedicado al gran José Kozer que es un
desfile, una parada barroca (“He acariciado un gato porque sabía que hoy haría
frío”).
3) La poesía
clásica se basaba en la imitatio. Si uno se percata, es la eterna cuestión del
mundo representado. En Góngora, un escenario de telurismo grandioso puede
servir para comentar que una hoja de roble seca se desplaza, a causa de la
brisa, de aquí a allí, a cinco centímetros. En la poesía norteamericana sucede
lo contrario: un escenario banal puede ser el lugar de una declaración
sobrecogedora. Y ya conoces la atracción de los polos opuestos. Reconozco que
me siento cómodo en ese falso objetivismo.
Son cuatro palabras: Barroco, disidencia y poesía norteamericana. Por ahí suelo desenvolverme
¿Eres consciente que en tus textos el concepto de la errancia- o mejor, el de un devenir- se encuentra siempre presente, muchas veces más como una latencia que como una evidencia? ¿Esto tiene alguna relación con tu biografía? Cuéntame un poco.
Recuerdo ahora el
libro de Franseco Careri, “Walkscapes. El andar como práctica estética”.
Fijémonos en aquel deambular surrealista organizado por Louis Aragon, André
Breton, Max Morise y Roger Vitrac. Consistía en vagar al azar por el centro de
Francia, a pie, conversando sin parar, sin desviaciones deliberadas a excepción
de las que impusiera la necesidad. Bretón escribe que en ese vagabundeo la
ausencia de cualquier objetivo les apartaba rápidamente de la realidad. Era un
dejarse ir que muy pronto alcanzaba los límites entre la vida consciente y la
vida de los sueños. La andadura automática. La condición errática está presente
en cualquier acción humana. La excentricidad debería igualmente ser exigencia
de la escritura poética. A mí me agrada que el poema venga, llegue, se comporte
como un deambulante, y que la palabra sea un encuentro, fortuito pero crucial,
fugaz pero decisivo. Aprecio que diga, que se deje decir, que merodee igual que
un sospechoso. Toda mi biografía ha sido como una especie de desplazamiento, un
extravío, donde lo próximo y lo lejano nunca han estado muy claros. Me gustaría
que mis poemas fueran trashumancias. Posiblemente no lo esté consiguiendo.
¿Desde cuándo escribes poesía?
Desde siempre. De
joven sentí una fascinación casi mística por Juan Larrea… Desemboqué de
inmediato en Vallejo, Edgar Bailey, Gamoneda, Yves Bonnefoy, el gran José
Miguel Ullán. Larrea y Ullán siguen en mi mesa de trabajo. De ahí a los
clásicos. Todavía entro con una enorme facilidad en los sonetos de Francisco de
la Torre, o en la potencia religiosa de fray Luis de León o San Juan de la
Cruz. Una poesía cuajada, plena de significación. O en aquel Góngora a quien se
le iba la mano hacia el Finisterre de la lengua, desatendiendo precisamente el
sentido. Y se sucedieron las lecturas: América latina, los británicos (Dylan
Thomas, W.H. Auden, Keats…). Descubrí a los americanos en mi primera llegada a
los Estados Unidos. Y ya no paré de leerlos. En mi regreso a ese país conocí a
José Kozer y a Eduardo Espina. Me hice amigo de ellos. Un regalo, una suerte,
un privilegio. Y entonces leí por vez primera a Gerardo Deniz. Todo lo demás es
una continuación. Enumero estos nombres como razón y causa de mi abandono de la
escritura poética.
Me explico. Con
muy pocos años tuve una especie de revelación (ahora, con el tiempo, creo que
fue un rapto de prudencia): ¿para qué escribir si otros lo hacían
maravillosamente bien? Coincidió este abandono con el apremio laboral. Pronto
empecé a trabajar en una universidad en Cambridge (Boston) y entré de lleno en
la práctica académica: me hice cervantista, artículos, libros, congresos… Así
hasta que mis padres mueren. Me regresó entonces, como si fuera una fiebre
intermitente, la necesidad de escribir poesía.
Te lo pregunto porque si algo me
sorprendió es que entre tus libros (A y B) se observa un desplazamiento inusual
pues no es sólo formal. Hablando en términos cinematográficos: en el A hay un
paneo en donde destaca la destreza del cameraman para encontrar una serie de
ángulos, ocultos en el paisaje. En el B ese paneo es sustituido por un zoom a
través del cual ese cameraman nos presenta los objetos sin ornamentos, digamos,
“al hueso”.
El “paneo”, como tú dices, es un movimiento horizontal de cámara, buscando el efecto panorámico. La minucia y el detalle es una labor de búsqueda, y la cámara rastrea en paralelo al suelo. Con el zoom la cercanía y lejanía tienen una mayor alternancia, y el cameraman arbitra las distancias. Mi conocimiento del cine se reduce a cuatro conceptos que enseño en clase, y a una regular asistencia a las salas de proyección. Y una sospecha, como un dedo es un libro triste. Quiero ver en sus páginas una especie de arqueología del instante, por lo habitual desolador. Espíritu, hueso animal pretende una continuidad, pero con un filtro parecido al de las traducciones. Por ahí, tal vez, se puedan explicar las diferencias que notas de un libro a otro. Aunque, insisto, siempre planeé una continuidad entre uno y otro. Espíritu termina con una ficción en 16 actos. Me acerco a la narrativa de la que nunca estuve muy lejos. La fábula que ahí procuro anuncia el tercer libro, “Tierra impar”, en curso actualmente, aunque diría que casi terminado. Un personaje llamado Fabio Bondarino Silo sirve de enlace. En este último libro planteo la opción de liberar el infierno, en un entorno de inexistencia, una especie de Comala en el que de nuevo deambular con la única esperanza de saber qué significa la palabra “lugar”.
Y es curioso que el contacto entre cine y poesía no haya sido más fértil. Elimínense las imágenes de carga poética que puedan espigarse en cualquier filme. Me refiero a una estricta y continuada alianza entre imagen y palabra. Habrá quien traiga a colación Cagliostro, el experimento cinematográfico de Huidobro, o las películas surrealistsa Entr’acte de René Clair y Un Chien Andalou de Buñuel, o el Viaje a la luna de Lorca, o el cine de Pasolini y su célebre “subjetiva indirecta libre”… El mejor ejemplo de esta alianza es el expresionismo cinematográfico alemán, el documental experimental (sobre todo años 20-30), el actual slow cinema o la película uruguaya Whisky (2004). Podríamos incluso, dentro del cine comercial, añadir El árbol de la vida de Terrence Malick. Y aunque los dadaístas vieron en el cine un adecuado vehículo para sus propósitos poéticos, se podría afirmar que la relación ha sido esporádica, casos aislados y a veces heroicos, o la reducción a instantáneas, escenas, movimientos de cámara, elipsis, fugas, etc. Sospecho que el motivo es económico. No sé. Lo mismo sucede en otro arte definido fundamentalmente por la imagen. Me refiero a los comics. Soy fiel lector desde mi niñez. Y tampoco se ha producido históricamente esta asociación. Como en el caso del cine, se pueden arrojar encima de la mesa algunos ejemplos. La adaptación de Julian Peters de “The Love Song of J. Alfred Prufrock” de T. S. Eliot o la magnífica obra de Yoshiharu Tsuge, sobre todo “El hombre sin atributos”. Cuidado: tal vez ignore el tema y esté escribiendo disparates.
Pues no lo he
pensado. Eso sí, me gustaría recordar aquí el célebre plano-secuencia de Sed de
mal (Touch of Evil), la película de Orson Wells. ¡Yo quiero, quisiera decir lo
mismo con las palabras, y con la misma música y los mismos sonidos de fondo! ¡O
decir en un poema, largo y demorado, la bergmantiana partida de ajedrez entre
Antonius Block y La Muerte.
¿Cómo definir la relación entre tu poética
y la literatura? ¿Crees que tu poética podría circunscribirse sólo en este
ámbito?
No, o al menos no
quisiera que así fuera. La literatura ya ha quedado como un tipo de
mecanografía. Hoy solo es posible en el mercado, y a niveles exclusivistas de
venta mayoritaria. Los estudios literarios se baten en retirada de las
universidades. Fueron eclipsados por los estudios culturales, que igualmente
hacen aguas y empiezan a encallar. Lo relativo a la literatura queda como una
estribación, un residuo, una corriente que en la llanura se filtra y
desaparece. Yo pretendo, claro está, que mi escritura tenga calidad. De ahí la
urgencia de exceder los límites. La poesía solo es posible si se renuncia al
acomodo. Si no es así, es una vana reiteración por lo general de factura
deficiente.
Nómbrame
algunas poéticas que hayas descubierto en los últimos años las cuales te hayan
impactado, de una u otra manera.
Me interesa lo que hace Jane
Sprague (The port of Los Angeles), o Peter Gizzi (Threshold Song o
Archeophonics). Ángel Cerviño es ahora mismo una de las voces más interesantes
del horizonte español. Por otra parte, muy probablemente sea Benito del Pliego uno
de los más volcados en la construcción de una poética. Al otro lado del agua,
tu obra se desliza por la misma dirección. También de allá sigo con interés el
quehacer de Elisa Díaz Castelo y de Paula Abramo. Y a las norteamericanas Robin
Myers y Suzanne Foster. Me sorprendió la valentía de Myers. Asimismo, To
vespers de Foster me dejó con la boca abierta. Su primer y último libro. José
Kozer siempre me reprochó, con toda razón, mi desconocimiento de la poesía
oriental. Pues bien, leo y releo Haru to shura, de Kenji Miyazawa. Recomendado
a quienes confíen. Y siempre los clásicos, a modo de peaje: esta vez Eduardo
Espina. Muero por leer su último libro, por fin iniciativa española. La
editorial Amargord de Madrid sacará en breve su nueva obra. Y la editorial Ay
del seis, también de Madrid, reeditará su Caza nupcial, en homenaje a sus
veinticinco años de existencia.
¿Con qué
autores podrías encontrar confluencias?
Me encantaría decir unos
cuantos, pero sonaría a petulancia. No puedo, no debo buscar un hueco para lo
que yo hago entre aquellos que me despiertan la admiración. Sí puedo contestar,
a modo de reparación, que me gustaría haber escrito alguno de los sonetos de
Ted Berrigan, algunas partes del Kaddish de Ginsberg. Me hubiera gustado
escribir el Cape Hatteras de Hart Crane, o el Autorretrato de Ashbery o algunas
de las 77 canciones del buen borracho John Berryman. Pienso también en los
almuerzos de Frank O’Hara. Pienso en Charles Olson (que salvó la vida a Ezra
Pound), en Robert Duncan, en Jack Spicer… Y me gustaría ser el culpable de
algunas páginas del ya americano Joseph Brodsky. Se dice que Marosa di Giorgio
siempre escribió el mismo poema, y yo daría un mundo porque ese poema fuera de
mi puño y letra. ¿Puedo también decir que me encantaría escribir como lo hacía
Celan, o ya es un exceso? ¡Ah, al menos déjenme ser el autor de la Epístola
moral a Fabio!
En una
ocasión me comentabas sobre la impresión de que hoy existen “muchos poetas”, ¿a
qué crees que se deba ello?
Porque la poesía es una de las
actividades más egotistas. Porque para muchos es sinónimo de inmediatez. Porque
la emoción suele asociarse a los versos. Porque con frecuencia se confunde con
la memoria. Porque se representa, y tiene el don de lo impreciso… Maurizio:
¿nos tomamos unos vinos?
¿Cuál es tu
percepción sobre los slams poetry y las denominadas “poesía juvenil” y “poesía
best seller”?
Es una pésima poesía: cuatro
lugares comunes mal dichos, mucha emoción, mucho amor y poco más. Pero venden
miles de libros. Y esto genera un envidia muy grande y corrosiva. Si acudes en
primavera a la feria del libro de Madrid podrás ver enormes filas de jóvenes
que esperan pacientemente la dedicatoria. Son los blogueros poetas. Unai
Velasco es quien más atinadamente ha diagnosticado el caso (“50 kilos de
adolescencia, 200 gramos de internet”). Es un fenómeno vinculado a los blogs y
las redes sociales. Pero también es una mina económica a la que se han
arrimado, cual sardina al ascua, algunas editoriales. La invectiva de esta pseudopoesía es un claro denuesto a sus lectores. En una época en que los
jóvenes tienen pocas puertas a las que tocar, no es de rigor rechazar ningún
medio de obtener el sustento. Tampoco debiéramos juzgar el ocio elegido por
cada cual. Lo que más me sorprende son los elogios de algunos poetas
consagrados. Bueno, allá se las compongan. Pero que quede claro que, a modo de
conclusión, le viene muy grande la palabra “poesía” a esos libros que tanto
disfrutan multitudes de adolescentes. Eso sí, que sigan disfrutando.
Me gustaría
conocer tu opinión sobre la poesía(s) española(s) más recientes (s).
Por fin, por fin, por fin las
aguas se mueven. En España todo aquello de la experiencia y la sentimentalidad
provocó un continuado y estéril estancamiento. No me refiero a la práctica
poética, sino a la insistencia en los mismos nombres, editoriales, premios,
medios de comunicación, el reparto de la escasez… El establishment, en dos
palabras. Ya sabes a lo que me refiero. En estos días todo el mundo celebra la
aparición de una numerosa nómina de mujeres jóvenes que han irrumpido con
magnífica energía y calidad: Ángela Segovia, Su Xiaoxiao, Berta García Faet,
Lola Nieto, Laila López Manrique, Sara Torres, Rut Llana, Layla Martínez, Luna
Miguel… Antes ya sobresalieron nombres como Chus Daranur, Ana Gorría, Eva
Chinchilla, Ester Ramón, Regina Salcedo, Julieta Varelo, Elena Medel… Y es de
justicia comentar pilares fundamentales: Olvido García Valdés, Luz Pichel,
Blanca Andreu, Ada Salas, Chus Pato, Lola Andrés… Sumemos a esta lista los
nombres de Julio César Galán, Ángel Cerviño, Marcos Cantelli, Viktor G. San Valentinos,
Paco Najarro, Ismael Belda, Unai Velasco, Hasier Larretxea, Alex Chico, Jesús
Ge, Óscar Pirot… Es decir: se han abierto las ventanas, se han aireado los
salones … La poesía bonita, irremediablemente, cede el paso. El hallazgo y el
rapto iluminador quedan para el rapsoda o el coleccionista de joyería
metafórica. De modo similar, la conversación y sus tonos regresan al menudeo de
lo cotidiano. Las causas son muchas, aunque yo diría que la principal es el
cansancio. ¿Quién no se harta al escuchar la misma voz desde la emisora de
radio, el jurado del premio o la lectura en el salón institucional?
Esta buena salud posibilita al
mismo tiempo un abanico más amplio de proyectos, o acaso al revés, es el
contexto quien beneficia uno de los mejores escenarios poéticos en bastantes
años. Cabría citar en dos segundos una serie de editoriales fundamentales como
La Bella Varsovia, La isla de Siltolá, Amargord, Ártese quien pueda,
Liliputiense, Ay del seis …Centrifugados es un muy valioso certamen poético
alternativo a otros más apegados a la corte… Revistas como La Galla Ciencia,
Koroko o Nayagua. La Fundación José Gaos, en Getafe (Madrid). Los blogs de
Daniel Bellón (“Islas en la red”), de Francisco Cenamor (“Asambleas de
Palabras”), de José María Castrillón (“elcuaderno”)… De gran calidad son los de
Jordi Doce, Viktor G. San Valentinos, Ana Gorría…
En fin, Maurizio: hay tela
bastante para cortar. ¿Prefieres blanco o tinto?
Yo
hablaré de mí cuando haya muerto
Samuel
Beckett
No es verdad:
la palabra escrita
decide,
sobre todo cuando al
arrojarla
los círculos
concéntricos
quedan grabados en la
piedra.
Babel es una ciudad
no acabada.
En Cíbola millones de
bisontes
sueñan el exterminio,
levantan la cabeza
y respiran inmensos.
En el oasis de
Zerzura
un prófugo muere
reventado de agua.
No es verdad
por estas tres
razones.
Me descalzo,
bebo café
y escucho
la paciencia
en el cielo.
Es momento de cambiar de tema, abandonar de una vez el lomo del potro.
Es comprensible que
Mary Ruefle diga que los dioses nos ven como perros en apareo.
Fue Cicerón, en De
inventione I, el primero en utilizar el término “sexo”.
También dijo que aquí
yacen muchos e ilustres restos y que el espíritu se refresca con la risa.
Aconsejan los médicos
que esa sea la actitud para evitar que amargue.
Por muy buena razón
que aduzca, mi edad es intermitente y avisa.
A veces el suceso
excede la naturaleza. Ayer, por ejemplo, la lluvia únicamente cayó sobre los
que llegaban tarde.
En esas condiciones
cualquier mapa se reduce a una habitación, a un olor que insiste y avisa con la
luz del martes y la hora del desayuno.
La mermelada de
ciruela es antigua. Yo la comía porque la hepatitis me tuvo siete meses en
cama. Recuerdo la almohada. Buscaba la parte fría de la sábana.
Un amigo llama y pide
que escriba sobre el amor propio y la vanidad.
Pienso en la
gramática de la acción.
O en la egología de
nuestra actual fatiga.
Esta es la escena
inicial: el capitán recibe un footsie de una mujer llamada
Cruz. Canturrea una taranta, gustándose.
En ese mismo sitio, a
40 metros de profundidad, hay una balsa. Se dice que el agua es milagrosa, rica
en nutrientes. La causa, casi seguro, es que el acuífero atraviesa un
cementerio vecino.
Es palabra común en
el tratado para el príncipe, donde castigo y consejo es lo mismo. Me refiero a
“cautela”.
Se trata de la
antigüedad que dibuja a Febo con lira y arco.
Su ley previene
contra los peligros del sol, especialmente en días caniculares.
Abatimiento digno,
sangre de Pitón, hija nacida del barro.
Desde entonces es
sabido que a 400 metros de altura el origen de las especies es
asunto de pigmentos.
¿Sucede igual en su
contrario, en el décimo octavo suelo?
Monte y profundidad
declaran en su favor la condición terrenal.
Siglos después un
experto en materiales abogará por la prohibición de descubrir el rostro. La
caída, de ese modo, tan solo es un ruido.
Tuve una novia que
vivía en el este y mostraba las clavículas a quien fuera testigo de la gala y
la oración. Pero ahora los dos estamos muertos, por eso hablamos de poesía.
También es este un buen ejemplo.
¿Por qué cardo?
Porque su raíz macerada en vino sirve para las dolencias del hígado.
Y porque el burro se
desvía del camino y come del espinoso y pungente suelo.
¿Por qué corona? Los
primeros reyes de Escocia emplearon el cardo como símbolo personal.
Todo hombre busca lo
que le está a cuento: egoísmo en los tiempos malos.
Sin embargo, por más
que busque jamás me encuentro en el mapa.
Tampoco me reconozco
en un pronombre común a todos los seres que hablan.
Este es el lema: una
ola nace de otras. Este es el comentario: en el apacible espejo las especies se
mezclan y confunden. Y este es el accidente: los círculos concéntricos
quedan grabados en la piedra.
Mayo Fervença es una
mujer que protege piedras. Antitóxico del espejo. El pronombre no significa y
ahora yo, siete y veinte, preparo infusión de cardo y escucho noticias en un
idioma que desconozco.
¿Verdad que es
comprensible que después de tanto se busque la parte fría de la sábana?
El cuerpo será lo
último, y el vicio de sus sentidos.