foto de Cristina de Middel
Sueños frustrados de
editor:
1. No haber logrado publicar por razones de tiempo, espacio
y dinero la obra del poeta ecuatoriano Paco Benavides.
2. Haber desoído una sugerencia del sociólogo José Luis
Vargas: publicar una memoria de los conversatorios de Escribir en el aire —aunque sé, en la medida que en el «centro cultural» que, en realidad es un
instituto de idiomas, se nombró a un director para quien el kpop contribuía más
a la política que el diálogo, esto habría sido imposible.
3. No haber conseguido un editor —en los
países en que lo intenté— para el libro Paleodromo de mi querida amiga
Mónica Belevan.
Conocí el libro gracias a Paul Guillén y de ahí sólo me quedé
con el sinsabor del cierrapuertas editorial. En lo personal, para mí, Mónica,
es la voz más auténtica y radical aparecida en el Perú en los últimos 25 años —juegan
en su contra detalles (los cito) como «ay, pero es blanca», «¿en latín?, ¿por
qué no le dices que escriba mejor en quechua? y otros comentarios de esa índole.
Mónica, amén de poeta, es filósofa, ensayista y diseñadora, además de socia
fundadora de la firma de arquitectura Diacrítica, con sede en Lima.
Hace
mucho que no conversamos. Sin embargo, por lo que la conozco, al leer este post
primero se sorprenderá, luego fruncirá el entrecejo y concluirá su perfo con un
comento tipo «pero, ¿esos poemas?». Pese a ello no puedo ser tan egoísta
de guardar para mí estos textos que, archivados en una caótica carpeta, esperan
por aparecer hace 18 años, y más sabiendo que Mónica sabe que, al hacerlo, lo
hago sólo por convicción.
Pompas fúnebres para Sforzinda
A las sepultureras de Orfeo
Ve si pueden darte lo que a mi me dieron
Boca, paladar, amígdalas y campanilla—
Física y metafísica de la poesía.
Ladra, zorra, ladra
A las demimondaines del aúreo
musageta
Ve si pueden ya quitarme
El martirio que tus ojos de saeta
Infligieron en éste, tu Sebastián.
Clama, perra, clama
A las cegadoras del soberbio citaropatriarca
Ve si pueden ellas darte
Lo que yo te ofrecí
Ve si pueden las sepultureras
Enterrarte, como yo te enterraré
En vida, y en letra, y sobre la superficie de
Nadie te recordará si/no como al olvido
Más ilustre del peor poeta del país.
Retratos
incompletos de Lucrecia
CRANACH: De éste lado, van los dos primeros: Sforza, escoltado, aquí,
por
BOTICELLI: Pletórica e implosiva, como una presa de la peste, mas desecha en brotes, sombras, bulbos y celajes. La cabellera extensa, suelta, envuelta como una filigrana eclesial entre las piernas, sienta las distancias –falsas, meramente estéticas— entre amores: el profano y el sagrado (puesto a un lado, como si otra cosa fuera).
BRAQUE: Los versos de Ariosto y de Pietro Bembo desvirtuados, hechos trizas, letras, por el lienzo. Por acento, una hebra fina y destructiva de cabello preso.
DE CHIRICO: Alma plena de estaciones, fuerte y ferroviaria. Un suplicio retumbante, como una planta rodadora, y una pila de columnas rotas a un costado, son lo único que nos permite discernir que estamos a la altura de los cuatro vientres de Lucrecia.
BACON: Color y carne desgarrados son residuos del carácter esencial de
Quincas Borba
I do not commiserate, I
congratulate you
Walt Whitman
Humanitas, Rubião,
faculta
Que mi perro corresponda a mi persona.
La homonimia tiene patas cortas,
manchas,
Un hexágono incisivo por
aserradero
A la altura (y a lo largo) de la boca,
Dos caninos y una borla, raída,
Al borde del abismo vertebrado y vertedero de la cola.
Quincas reconoce a Quincas
En la seña de los nombres y
los rastros dactilares de la orina
Quincas reconoce a Quincas
En la calidad retráctil de la
lengua,
En las heces y el hedor
puntual de la rutina.
Y usted, Rubião, tampoco alberga dudas
Sobre la acuidad del atavismo
Que indica, como un juez o un perro de aguas,
(Quincas da y Quincas
quita, da lo mismo)
El lugar exacto donde usted no pudo resistirse a morder
La mano de su amo:
Quincas, canis,
pantocrator.
Ocios de un frenólogo
Qué ve do esa mira cóncava de calavera
siendo que ella, tanto y más artera,
a su vez le observa a través de las cavernas
de sus órbitas exentas de alma, raudas de advertencia
en procurar las semejanzas de la calavera
con los cráneos palpitantes de nuestra clientela
(y con la cabeza que soporta él mismo, aun, sobre la mano abierta)
A sabiendas que las calaveras
son, al fin y al cabo, idénticas.
Damnatus ille!
Infeliz quien se aboque a los negocios
en sus ratos de ocio, como este truhán,
que anticipa a toda hora la demora
de la muerte, como quien quisiera ignorar
que se lo atracará sentado y por la espalda
con la propia calavera en mano
como ofrenda a Ker.
Finisterre
Surterre et basterre, terrefinis
Set, Bastet et Ptah au Ptyx
Amado, a más me das,
menos me queda por quitarte
El rubor de mis humores me
cerciora que recobro ya esa fe de navegante
Fe de rata honrada que
abandona el barco
antes de llegar a puerto
por terror al yo y sus
circunstancias
por temor a ser yo, además,
la plaga
pudiendo haber yo sido, en mi
soledad, azote suficiente
Yo y mi soledad ilota,
yo y mi cero coeficiente.
Oh, preclaro oscuro, cuervo
nacarado
Todo vida y toda muerte y todo
en vano
Por eso hoy bajé a la mar y
esperé
—durante horas y sin suerte—
darme con algún albatros para
darle muerte
pero nada,
el cielo se desploma en óleo
pero nada
el agua, los catamaranes y las
algas
(Turner, pero nada),
la arena que se desabrocha al
contacto de las olas
nada
el sol que se hunde en el
océano
como en un sartén de aceite
y chisporrotea al apagarse
contra el horizonte
Una gargantilla nítrica de
spondylus y espumas
luce contra el cuello expuesto
de la costa
conchas y burbujas que
palpitan como mujerzuelas
bajo el cielo que se tumba,
gato a tierra
hombre al agua
nada, bestia, rema
Hoy,
como verás,
no pude desquitarme contra
nada que no fueras tú.