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martes, 30 de septiembre de 2025

Teaser: DIEGO BRANDO. UN CUADRO QUE NO SE COMPRENDE

 

                                                                                                   fotografía de Andreas Gursky




En la pared de tela me abrí una ventana
De “El payaso castigado” Sthepane Mallarmé


En la habitación luces

y sombras, y el mundo afuera un 

fondo gris, ese pájaro que temprano

aplastó su cara contra el asfalto

sin esperar migajas del cielo.




Introducir en la mente piedras

es pensar, detrás y callados

los navíos marcan el agua, suman

el sentir del barro; pero otro 

pensamiento viene, y el tropel

de muertos hiere la cara. Recibo

el viento, el corte en la superficie 

marca un río de ángeles que caen,

al fondo todo el mundo disimula.




Entre tomar aire y exhalar

la totalidad del mundo. Como furias,

mastines detrás de una presa demasiado

veloz. Ruidos de fondo, frecuencias,

llovizna. La presencia sobre lo que 

no existe, pero ocupa la mente.

Voracidad y una inquietud de mármol.

O como un cuadro que no se comprende.





El temblor y su ejercicio, una 

máquina que día a día con su ruido 

hace de la fatiga una virtud.

Plantas asoladas en el baldío, flores,

y un encanto que el hielo quema

aun con el reflejo de las estrellas;

todas aquí arriba, como gritos.




La confusión es un punto que hace oscilar

la totalidad del cuarto. Un cuadro en donde 

los detalles adquieren presencia y vástagos

fantasmales. Sierpes, flores en apertura y un 

sonido de quiebre ante la incredulidad de los ojos

del animal de la calle. He aquí sus colmillos,

su baba espesa, el diamante en la explosión

del fuego; y voces en la novedad de la noche,

que dejó de ser oscura. Aquí cada maniobra

de luz es una conspiración, el manto de piedad

que nace al quebrarse, un ángel que desova.





Darse cuenta de vivir en el error puede traer 

fantasmas del pasado, una acumulación de pesadillas,

y la seguridad de haber conducido a la familia al lado oscuro

del río. No se comprende el mundo desde el silencio 

y tampoco se lo imagina sin sus cadáveres. Aquí la piel 

al calor de la arena, las disculpas y el anzuelo en busca 

de un pez que lleve la carnada hasta el fondo; y que el paisaje

se disipe como quien grita desde un puente, tierra

en movimiento por el discurrir de los insectos. Buscaba

eludir la noche y apareció el desierto, manos en la arena, huesos.




Una incertidumbre diferente cada día, 

como el extranjero que visita sitios en donde un edificio,

un lago y una autopista pueden resultar extraños; 

así la punzada de una lanza en mi costado.

Suena todo alrededor, aunque solo sea silencio o aire

en donde se medite una alternativa a las palabras, a la función

del bosque alrededor del barro. Y debajo de la parra el rayo

que quema cada hueso que da su cara al sol, a la intermitencia

de los insectos. Aquí la verdad solapada, una evidencia,

cabras que aparecen en sueños, dada la pesadez del mundo.




Un animal de deseo no puede 

abrir la noche de par en par 

sin que se fracture el mundo. 

Y no es en la ruina al día siguiente 

donde comprende su error, 

sino en los cristales rotos, 

el detalle de Dios en lo íntimo. 

Ese hielo, el punto de fluctuación.



                                                                                                                                                                                                      fotografía de Andreas Gursky




Aquí la maleza sostiene

árboles, distantes aunque cercanos 

como gacelas que atrae la mente.

En todo su esplendor el delirio

parte de un recuerdo;

y en la sangre y en el sudor brotan

pensamientos que de ser ciertos 

darían miedo. Si ustedes tan solo vieran,

pareciera que se creara de nuevo el mundo.




Bestias, sal,

un correr de agua

hacia el mar,

o la idea

refulgente de un carruaje

con sangre en el 

camino. Es que todo

lo vi, hasta el cielo, 

esa forma 

de violencia.




Mosca posada sobre un 

vaso roto y el vacío 

de la mente, una pulsión 

hacia lo perfecto e inacabado. 

Y detrás plantas, un limonero, 

reptiles del periodo Triásico, 

en una selva donde 

desperdigados los objetos 

causan esplendor, bestias 

púrpuras. Y la obsolescencia del ser, 

sus miasmas y su comprensión

de lo sensible hasta despertar 

a los gritos o en silencio. 

Abiertas las compuertas puede 

venir fría el agua y traer calma 

o escalofríos de música pagana, 

aunque el sol agriete la piel 

y el barro, y den las horas 

su mueca de víspera, su canto.




"Padece en el fondo de una cueva

lo alucinado. El sol sale y vuelve

a caer y no hay incendio, sino

la noche en un haz de estrellas,

una araña sobre la nieve que desprende

sus presas mientras avanza"

"Si en sus cálculos hubo error, es que allí  

quedaron sus muertos, moscas que van

y vuelven intactas alrededor del cielo"




Todo sol 

tocado por el frío

trae viento.

Entra en tropeles

de caballos y eriza

la piel en granos

de arena, y al tacto

da temor o placer,

como quien gime

al partir el pan,

al beber el agua.

Silencio y campanas

desde la capilla

ante los astros

y el milagro;

cada uno comprende

a Dios en sus formas.





Hubo aquí belleza y telas que envolvieron árboles 

y hombres percutidos por el frío; y dentro nuestro 

las melodías del cangrejo en su vuelta a las aguas, 

al borde mismo de los acantilados y sus rocas, voces 

que hicieron de la mente su morada, el acto de una 

intuición hecha a medida de lo alucinado. Llantos 

en ceremonias de sal, puras de tanto detenerse

contra el suelo a esperar el ocaso, su desborde.




Nos adelanta el sol hacia la furia

del verano. Y arrepentidos de no ver

más allá de los tapiales, el mundo

parece acabarse; ahora movés tu pie


y es lo sagrado ante lo profano,

un cielo de tejas rojas que amedrenta

la plenitud, un estar vivo en la quietud,

en la sala de situaciones de la vida.


La materia hecha de sombras nos oculta,

los mendigos sumergen su cuerpo bajo 

las telas de la realidad, como si de dioses

se tratara. Aquí se apoyan la vida y la muerte.




Después de (disculpas) haber dejado

la casa y la psiquis de mis seres queridos

hecha escombros y (también) polvo,

tengo el deseo de construir. Aunque

el presente sea polvo y escombros 

y el futuro un agua de río que corre

a trasmano de los campos y el ganado,

la idea en mi cabeza surge reluciente.

Porque hasta aquí llegué (disculpen)

a rastras y no de una forma al menos

elegante; hubo errores, un manicomio 

repleto de fantasmas, (hubo, señores) real-

mente calamidades y formas de morir.

Y quiero, con el fervor de quien decide

qué hacer de ahora en más, dar el salto.

(Cerca se escucha la risa de las aves). 

Porque hay un comienzo y un final y en medio 

una montaña (disculpen) de cadáveres.




¿Era la pastilla la que te ayudaba

o la que te destruía? Siglos antes

de nacer, tu voz era un animal que se oía

en el tembladeral del mundo; ahora

la estela de un cometa vista por un águila.

¿Supiste permanecer? ¿Decir adiós con la mano

y alejarte bajo las luces? El pez no se sumergía

mejor que tu cabeza ni abría la boca esperando

la lluvia. ¿Hay voces que te hablan? ¿Un ser gris

en la fachada de unos carteles de neón? 

Aquí el polvo permanece en el polvo

y la rabia ubicada en el costado donde estaba 

el corazón. Siglos después, y tan vivo que duele.




Mi tiempo se acabó. Debo buscar 

un trabajo o huir hacia los campos, 

ser un cuadro de Andrew Wyeth, 

terminar con las liebres y los pájaros.

En la ruta cruzan los camiones, 

y sobre la laguna podría vivir, si tuviera 

el valor, el reposo. No soy lo que elijo 

y ya dudo del futuro de mi bondad, 

ese rastrillo que ahora todo lo barre.




Hojas que el viento trajo 

hasta la sombra de un árbol

mueren como perlas en el fondo

de un mar iluminado.

Y el correr de la arena 

hacia la playa trae 

el color confuso de los peces;

joyas que el sol muestra

ante la aparición de las estrellas.

Mundo que no comprendo y amo.






Árbol estallado en ramas, 

aserrín abierto al sol como 

la nuez partida y repleta 

de brillos. Y esto que pienso 

en lo nocturno, estalactitas

prendidas aún del agua,

gritos al cielo, perfumes,

y el hacha, que dispone

a desaparecer el carácter,

hechos y rispidez de furia.





No alcanza el árbol a tapar el sol, mínimas

sus ramas solo giran ante el viento. Si el clima

escupe su fuego, tendrá la madera un devenir 

de astillas y el cuadro del pintor luz y movimiento. 


Lo que se percude es lo material y no la mirada,

y si los ojos fallan, lo sensible llegará a las manos;

formas de la creación o del desvelo, porque aquí

un hombre despertó y de su boca brotan algas;


y aunque intenten explicarlo con palabras será ahogo

y no risa. Nombren al árbol, su sombra de animal

extinto y a esa luz que detrás del terraplén sacude tallos.

Habrá trabajos y días y un cielo cubriéndolo todo.




Tachaduras. En el cuaderno 

de notas hubo y no palabras

como flores luego de una helada;

caen ahora y no soy el que comprende,

sino quien escribe y permanece.