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miércoles, 1 de octubre de 2025

FLIP: DIEGO OTERO & ERWIN OLAF

 



BACKSTAGE

Una de las cosas que veo es que cada vez es más difícil escribir poesía que no sea en un punto metapoética o autorreferencial; ahora la poesía lo es de maneras muy variadas, sofisticadas, tácitas o sutiles. ”Quizás el mundo cambia a tal velocidad que a la poesía solo le queda observarse a sí misma para tratar de entender cómo esa velocidad lo afecta todo. En todo caso ese era el tipo de preguntas que me hacía al pensar en escribir sobre el ejercicio de la propia poesía, sobre la tradición o sobre poetas con nombre propio.

La relación entre la poesía y la política es complicada, me parece. En primer lugar, y eso es algo que solemos olvidar, es una relación que se juega en el lenguaje, en cómo te colocas tú como escritor de poemas frente al lenguaje que impone el sistema, digamos. Después está el asunto temático, de cómo lo que dices como escritor de poemas aborda lo político. A mí me da la impresión de que se le da demasiado peso al asunto temático, casi como si la calidad artística de un libro se definiera por cuan nítidamente ilustra determinadas agendas o causas. O por cuan eficazmente se enfrasca en indagaciones sociológicas.  Pero esos no son valores artísticos. Es pura instrumentalización política, instrumentalización que el mercado, por supuesto, detectó primero que nadie y canibaliza como sabe hacer, como siempre.

A veces nos olvidamos de que la literatura no está aquí para resolver nuestros tremendos dilemas identitarios. La literatura es otra cosa: no resuelve nada. Dicho eso, creo que el humor, la sátira y el absurdo son elementos que ayudan a construir un proyecto artístico en el que lo político es un eje. Son elementos que ayudan a salir del lugar del sermón o del chantaje emocional

(Fragmentos de una entrevista con Jota Picón, visible en: https://tiempodeveda.wordpress.com/2022/03/24/diego-otero-mi-unica-bandera-mi-unico-objetivo-a-la-hora-de-escribir-pasa-por-el-deseo/)

 

LO QUE NOS QUITARON LOS NOVENTA Y NADIE SE ATREVIÓ A RECLAMAR 


A veces

imagino que son de nuevo los noventa. Y que

estamos todos bailando felices y livianos en el descanso de una escalera inusualmente amplia.

Y que de pronto cualquiera de nosotros se detiene

por un instante bajo la bola de espejos

y pregunta: ¿y qué había en el piso de arriba?, ¿de dónde es que venimos bajando?


Nadie más desagradecido

con la muerte que los vivos, responde una voz, así, sin contexto, como salida

de un parlante

en una habitación vacía.


Pero la música

era más o menos fea y la tristeza terminaba siempre poniéndose un poco

delincuencial.


1991 y un par de cigarros sueltos a las siete

de la mañana. Un Volkswagen blanco completamente cubierto de humedad.  Una chica de pelo negro

que voltea hacia la calle y entrecierra los ojos como para diferenciar lo que quiere ver de lo que no


y alguien, en el asiento de atrás,

que nos devuelve de golpe al presente:

En las películas malas nunca faltan arenas

movedizas,

dice, con una mezcla de risa

y náusea.

 

–Imagínate si encima tu ciudad fue construida en el desierto.


En fin. Mejor entremos de nuevo

a una discoteca. O mejor vayamos caminando hasta el malecón.


Bizarro, Bauhaus,

la onda expansiva del ruido blanco:::::cruces sobre cruces de tape en todas las ventanas.


Parece que estamos buscando a alguien que no podemos encontrar, te dice una chica que súbitamente es muy amable, y sonríe,

la tercera vez que se cruzan en el estrecho pasadizo del

2007. Sus ojos aparecen, desaparecen y vuelven bajo la secuencia de resplandores y sombras

y bases

y estruendos.

A partir de entonces

la noche es solo tuya: todos los que esperaban algo

al borde de la pista de baile se han convertido en ceniza, en puchos aplastados, en la silenciosa madrugada que zumba en los oídos,

en las flores intangibles del sueño.


O puedes también elegir fugar tú solo, sabiendo


que si no lo haces

tu cuerpo podría despertar perfectamente consciente pero hecho pedazos, repartido en una cadena de habitaciones que has visto o imaginado y ahora quieres dejar atrás antes de que tus ojos se detengan en cualquier detalle que las haga más verdaderas.


O puedes también elegir fugar tú solo.


Aunque esa posibilidad quizá sea

un poco

menos verosímil. Y caminar con las manos en los bolsillos de tu casaca azul,

y mirar las líneas de la vereda como si miraras la ciudad desde un avión.




NOCTURAMA 


Un auto de policía llega a la escena del crimen. La escena del crimen está marcada con un aspa

en el centro de la página en blanco: un avión cruza ese espacio como un breve acontecimiento de luces en la oscuridad


y su sombra cubre unos segundos la cara de una mujer que mira un punto fijo:


un punto fijo

que nosotros no podemos ver. Y la circulina que gira nos ciega de pronto. Rojo y azul. Rojo

y azul. Sobre los muros

grises y las fachadas blanquísimas.


Necesitamos algo que nos eleve un
poquito. De otro modo tendremos que permanecer aquí, y seremos siempre sospechosos de algo. Sospechosos incluso para nosotros mismos.


Una, nada más que una sensación de fluidez:

la imagen de un skater deslizándose sobre un tumbo estático de asfalto: solo se escucha el ruido de las ruedas

que giran y saltan

y golpean suavemente en el declive de la pista.

El tiempo ha pasado, piensas. Las cosas no han salido exactamente como tú lo hubieras querido. Pero un auto

de policía ha llegado

a la escena del crimen –¿porque tú estás ahí y lo viste todo?, ¿porque

fuiste tú

quien discó nerviosamente el número?


En algunas especies, cuando la manada descansa,

un ejemplar cumple espontáneamente la función de vigilante.

¿Será el miedo

lo que activa ese rol espontáneo?, ¿qué haremos, al final, cuando llegue el inevitable cansancio y se nos cierren los ojos?


Obviamente estamos aburridos en el Nocturama, le dice un búho a un ocelote, y luego procede

a expulgarse las alas con extrema paciencia: Los visitantes abren los ojos y nos miran

y piensan que no nos damos cuenta de que somos solo parte del magnífico espectáculo de la noche salvaje

y artificial. Pero mi cuerpo no ha sido hecho para esto.

Ahora la mujer calienta sus manos con un café servido en un vaso de plástico. Sirenas e

interferencia en un altavoz. Rojo y azul. Frío.


Ahora recuerdo que anoche estuve en una fiesta en la que sucedieron cosas y en medio de la confusión el DJ terminó degollando al silencio.

Y se entregó.



CONTEXTO (2017)

En el noticiero de la noche vemos que el presidente

es entrevistado por un tipo con cabeza de pájaro.

 

Debe ser una de las noches más frías del año. 

Hemos prendido la estufa y estamos tapados

hasta el cuello.

 

                        Mi esposa pregunta

si la cabeza del entrevistador representa

a un cóndor o a un gallinazo.

                                   

                        No sé, respondo, y

subo el volumen para que el contexto

(las cosas que dicen)

nos ayude a sacar alguna conclusión.

                        Pero todo

lo que brota

del parlante

es muy feo, por eso el entrevistador parece

pronto hiperventilado

y acerca su cabeza a la cabeza del presidente

y le clava el pico en un ojo.

 

                                               La sangre

salta

            hasta cubrir

la pantalla, como

una cortina pesada y

            roja.

                        Y no nos queda más

que apagar. Y volver sobre esa tarde de marzo                                                                    

en que la luz era de un brillo

dorado

limpio. Y en la que mi hijo de cinco años

corría entre los muebles, y se carcajeaba,

y tiraba al aire una pepa de palta

que giraba como un pequeño planeta

o de repente solo como un país.

                       

                                    Un país

arrasado.

 

                                     Un país o una pepa de palta

que debería seguir girando

en el aire del departamento, cada vez

más lentamente, hasta el punto de convertirse

en la única excepción del mundo

a la ley de gravedad.

 



AUTOANIQUILIACIÓN, UNA PARÁBOLA

El hecho de que las autoridades clausuren los bordes de los puentes,

los acantilados y los techos con láminas de acrílico

            transparente

no va a impedir que los suicidas

encuentren el

camino.

                        Pronto esos acrílicos

quedarán como documento de una

“inocencia” pública:

            el apetito de la tierra

carece de remilgos frente a los síntomas de la

enfermedad social.

                                               Los involucrados

tampoco echan al traste los huesos del

faenón: se los chupan, eructan, y

la basura termina en el

mar.

                                    Todo

es un poco como ir al kiosko y pedir

el periódico del día, y esperar

que el periodiquero te dé siempre dos

opciones: ¿quieres el diario

en el que nos va más o menos bien

o el diario en el que nos va calamitosamente

mal?

                        Y tú le dices, porque

estás muy cansada, que mejor

solo ves los titulares

de ambos mientras

empiezan

a llover fichas

plásticas

de algún juego

que no conoces.

                                    (Esas fichas, esos miles

o millones de fichas, hay que decirlo, terminarán también en el

mar).   

 

            Pero en unos años, cuando todo haya terminado

y la ciudad haya crecido mucho

hacia arriba gracias a una dieta

balanceada y con insumos de primera

–y mucho a lo ancho un poco como

cuando alguien se alimenta de chatarra–,

sobre las láminas de acrílico

inútiles y sucias

los más jóvenes pintarán con spray unas palabras

parecidas al grito en cuyas ondas sonoras

viaja una flecha de punta encendida

hacia la noche

cerrada.

 

 
NUEVOS DEBERES DE LA POESIA PERUANA

   Si vamos a hacer que alguien regrese de la muerte, tenemos que colocarlo

al timón de un bus escolar.

                                    Un bus que lleve escritas las palabras

ser

vicio

escolar.  Si tenemos que decir que vivimos en Lima, debemos

decir que vivimos en el Califato

de Lima.

 

La poesía peruana no se permite risas grabadas al final de cada

            verso

            pero podría:

                                    ese detalle de tecnología

vintage

promete convertir nuestra proverbial desazón

en un santuario

de incrédulos.

                                    Son feos los lugares

en los que el amor es difícil.  O está prohibido. Y aquí todavía

juramos que la Torre de Marfil

estaba libre de abusos, injusticias

y atrocidades.

                        Mejor es comprobar que la física nos provee de una rama

florida:

            cuando un cuerpo

alcanza determinada velocidad se convierte en arma.

O en ilusión.

O en un buen motivo para moverse también.

 

                        Si vamos a hablar del holograma electrizado, inestable,

de Toño Cisneros

circulando bamboleante por Comandante Espinar

o Berlín,

tenemos que decir que al cruzarse con el holograma nítido

                                               de Washington Delgado

se dan un abrazo

y se atraviesan o se funden o

se traslapan en ese abrazo: se convierten

en un solo poeta, nuevo,

que ya no es holograma.

                                    A esto se le puede llamar fantasía, incluso

fantasía queer,

pero también tradición.

                                    En la publicidad prostibularia

la palabra modelo es un eufemismo para

puta, y la palabra poeta

un eufemismo para ese paracaidista

que abre la campana de tela

en el cielo de la noche

y mira hacia abajo

y no sabe

si esa cosa pequeña y luminosa que va

creciendo es una fiesta

o la guerra.

 

 


EL CALIFATO DE LIMA

 

1.

Porque somos demasiado desconfiados es

que lo vemos:

                        se pone de pie frente al

espectáculo del sunset del verano y se coloca

el turbante con estilo y

lentitud.

 

Nosotros no tenemos voz ni queremos

tenerla. Nos comunicamos por los ductos

del edificio:

                         los ductos

son nuestras gargantas, y decimos

lo que dicen el paso del tiempo o las condiciones

meteorológicas.
    

Decimos luz natural que destiñe la tapa de un

libro, decimos aire. Pero

también decimos cosas aparentemente

descontextualizadas:

 

soplido de hielo antártico, explosión.

 

 2.


A la pregunta de si prefiere una mano invisible,

una mano negra o una mano dura, él responde que

la única mano posible no es exactamente

blanca pero está cubierta

por un guante blanco:

                                    es decir: 

es la mano de un mago. Una mano cuyos

dedos largos y finos empujan al ciudadano que tuvo “mala

suerte” o “escasa disciplina” hacia el agujero

negro de un cráter y nos hacen

creer que se conducen

a un bosque

en un chasquido.

 

3.

Acá usamos sobre todo los ojos, menos mal. Y la

cerviz.

            Una cerviz flexible, que

nos permite asentir

y desplazar el cuerpo

por las zonas en que el edificio se vuelve

angosto como la madriguera

de un topo o el ojo

de una cerradura.

 

4.

 

Porque somos demasiado desconfiados

es que oímos el engranaje

de sus pensamientos.

 

            Es como un motorcito y dice que la sola idea

del cemento levanta muros

y proyecta ruinas.  O dice

que la sola idea de Dios

es un estudio

para la lotización

del infierno.

                        Nosotros oímos el ritmo

industrial, insaciable, del motorcito en las zonas

inferiores del edificio 

mientras él contempla el espectáculo del sunset tras

la mampara de doble altura del penthouse y cobra

eso que llaman

gastos de representación.

 

5.

 Llegados a este punto quizá sea pertinente preguntarnos hacia dónde exactamente estamos yendo. El viejo crítico literario que me parasita y que despierta por temporadas (como un oso que hiberna con el estómago vacío) quiere saber por qué, por ejemplo, este poema lleva por título El Califato de Lima. Qué es El Califato de Lima. ¿Un chiste? ¿Una caricatura de la opresión y el fundamentalismo que asoman sus cabezas de papel maché por encima de una nomenclatura de dudosa incorrección geopolítca?  ¿Se debe presumir que en algún lugar, encaramado sobre algún púlpito o alguna bóveda, hay algo así como un Califa? ¿O el Califa es ese energúmeno que ya hemos conocido?  Y by the way, ¿esa voz colectiva, ese “nosotros” que conduce el discurso, no es acaso la voz del indigno que sabe olfatear la indignidad de los demás? ¿De todos los demás?

 

6.

Quizá la única forma de responder (o por lo menos de ubicar) estas cuestiones es poniendo pausa y mirando un detalle particular del poema, que muestra la panorámica de un edificio gigantesco cuyos frentes ven, por un lado, la cordillera Occidental de los Andes, y por el otro, el Océano Pacífico. Pero lo importante no es tanto la dimensión vertical del rascacielos sino el penthouse que une ambos horizontes –cordillera y mar– y que funciona como centro de operaciones de lo que parece una especie de institución diseñada entre otras cosas para ver el skyline dorado,

salmón y

violeta

que nos vuelve a todos

un poco idiotas mientras él se pone

el turbante

                        en silencio.

 

El silencio es imprescindible para una adecuada contemplación:

 

desde tan arriba todo es hermoso, incluso Lima.

 

 

(De El Califato de Lima)