Vistas de página en total

sábado, 13 de septiembre de 2025

BRAULIO PAZ. SOBRE “QUIERO HACER TANTAS FLORES” DE FABIANA CABALLERO

 

Quiero hacer tantas flores de Fabiana Caballero consiste en la inversión de lo naïve, como si la escritura estuviera abocada a poner en evidencia el pérfido reverso que se esconde detrás de toda apariencia de inocencia. El objeto que nos entretiene consta de tres textos. El primero pareciera ser una sucesión de mensajes de whatsapp —o de cualquier otra forma de chateo— en que una voz (presumiblemente masculina) declara su interés romántico, lista una serie de planes y, finalmente, se cuestiona sobre la “realidad” de la situación, como si todo fuera parte de la narrativa de una película de Richard Linklater.

 


El segundo texto interviene al primero con tinta. Los tachones son repasados una y otra vez hasta que la tinta no deja distinguir la silueta de la grafía. El trazo es, uno supone, violento —por ello no basta con tachar ciertas partes, deben resultar ilegibles, ser borradas en su totalidad. Esta tarjeta es principalmente visual, no importa tanto lo que se deja leer entre los tachones como lo que a primera vista uno intuye. ¿Una desilusión? ¿Ira? De cualquier forma, hay alguna emoción intensa que motiva la idea y el acto de tachado.

 


El tercer texto es la rendición del texto sobrante, una vez retirados los tachones. El resultado es una serie de fórmulas fragmentadas que podrían servir de ungüentos verbales para el dolor de la desilución amorosa, tanto como vehículos para iluminar la “pose“ que dio aliento a los mensajes iniciales. En este texto es en que se resalta la artificialidad de los primeros mensajes, su performatividad de frases hechas —”espacio seguro”, “estoy tan enamorado”, etc. La idea de la cámara o de lo ideal de la situación como si fuera parte de un programa de cámara escondida, presente en el primer texto, se descompone: es cierto, uno debe “aprender" de algún lado, el cine da forma a la manera en la que deseamos. La voz del primer texto parece estar intrigada por esa sensación de un espectador externo para con el cual performa su rol de primer interés romántico y edifica las situaciones en que estas ocurrirían en un film del tipo —ir al mercado de flores, viajar, etc.




El inverso de esa 
naivete reside en una discrepancia absoluta frente al ideal proyectado y nuestra capacidad para que se lleve a cabo. Hay una forma de educación del deseo implícita en toda forma de arte, pero que solo funciona como parte de un choque con la situación real, que no llega a conformarse con la representación. El inverso es tal: la inocencia es performática, cada mensaje escrito es en realidad una “carta robada” —en el elán de Poe— que siempre llega a su destinatario porque retroactivamente lo conforma. No se trata entonces de mensajes “inocentes” sino cargados del intento de seducción fallida, que arriban no a su receptor previsto sino a nosotros, lectores del poema que nos muestra la performatividad del “soft masculinity” como una forma soterrada que prolonga el sexismo de masculinidades más tradicionales.

Si uno se fija en Adán, que aparece de pronto embrollado en la situación como referente de lo adolescente, uno debería darse cuenta del subterfugio del namedrop. La referencia tiene que ver con la novela/poema que escribe en la secundaria, es mencionado como parte del currículum de literatura del colegio y como un intento de trazar un punto de interés común. Desde luego, La casa de cartón tiene mucho de lidiar con el deseo pubescente y un poco de socarrona educación sentimental. Pero en el libro, uno puede encontrar una distancia lúdica para con los lugares comunes de lo que podría considerarse un bildungsroman (o en términos modernos, un coming of age). Como resultado hay una serie de inversiones en Adán similares a las que operan en este artefacto de Fabiana Caballero —siendo la más obvia la de Catita, como figura atrapada entre la virginal concepción de la feminidad mariana propia de una chica limeña de colegio de monjas y su fisicalidad como “catadora de mozos”.

Este lazo con Adán en Quiero hacer tantas flores podría incluso extenderse a un comentario que hace Mariátegui con respecto a “Gira”, poema aparecido en Amauta el mismo año que La casa de cartón. Adán ensayaría una serie de fragmentos sin puntuación o mayúsculas en que confronta directamente a una caricatura de la señora limeña vestida con el hábito morado, a la que promete un fusilamiento como el de la “gran duquesa anastasia” al son de una arenga a los “campos campesinos” y a la luz de una fogata—”la humareda prende un lenin bastante sincero”. Mariátegui asocia la falta de equilibrio entre “espíritu y técnica” a un discurso de época, uno ya no puede escribir como en la “época clásica” puesto que hay una intuitiva conciencia del historicismo de las formas: "El disparate puro tiene una función revolucionaria porque cierra y extrema un proceso de disolución del mundo burgués." (Amauta, N°13, p.11). Lo que Mariátegui asocia al “disparate” —que, por otro lado, si uno lee a Adán es más parodia que disparate— es la disolución de un orden social. Análogamente, si don Rafael de la Fuente Benavides afila su personaje en medio del advenimiento del fin de una forma de aristocracia limeña —argumento aparte si advino o no—, ¿no es Quiero hacer tantas flores, especialmente en la colección de “disparates puros” de la tercera tarjeta, un ejercicio en medio del advenimiento de otra forma de “educación sentimental”? Argumento aparte si vendrá o no…

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.