Esta entrevista debió aparecer en el libro Backstage. 18 entrevistas (y algunas notas) alrededor de la poesía contemporánea (2017). Recuerdo que, en algún momento debí elegir entre su aparición o la crónica ZURITA —la misma que inicialmente pensé en titularla Zurita; ácido en los ojos, tal como apareció en VALLEJO & CO[1]. Dado que, en determinado momento, decidí desaparecer todo lo publicado durante la primera etapa de Transtierros —cosas de croata— creo, me parece, que esta conversación con Zurita quedó suspendida en el aire, ¿tendría entonces que llamarla primicia? No lo sé. La amistad no resiste ciertas categorías que funcionan sólo en el periodismo.
Nos conocemos, y
bien, hace una caterva de años –eso hace mucho más difícil el plantearte esta
entrevista. Sin embargo, quisiera empezar con una confesión: una de las cosas que
aprendí de ti fue la de “asumir” –no sé si utilizar el verbo “enfrentar”-el
libro como una anécdota, la cual aparece en alguna parte del camino, tenemos
que recorrerlo para sostener nuestra escritura. Ahora, con los años
transcurridos, ¿qué cambió en lo que pudo escribir ese Zurita de «El sermón de
la montaña», me parece recordar que fue en los 70, ¿a lo que escribe Raúl
Zurita hoy?
Maurizio querido,
me alegra retomar la conversación. “El sermón de la montaña” lo escribí en
1969, tenía 19 años, estudiaba ingeniería, aún Salvador Allende no era el presidente
de Chile. Yo venía escribiendo desde el colegio y me importaba, me importaba
cada vez más. Me desesperaba no lograr un tono, eso que se llama “una voz
propia”, hoy creo que no hay nada que sea menos propio que la famosa voz
propia, pero entonces eso me tenía muy angustiado. “El sermón de la montaña”
fue lo que me liberó de esa angustia, pero por razones equivocadas, la voz
propia es siempre una voz comunitaria, histórica, y en ese primer poema lo que
hablaba era el presentimiento de la dictadura que vendría tres años después.
Con respecto a ese
Zurita, tengo la sensación de que es un libro que toca una época y un mundo y que,
a propósito de un atardecer, una noche y un amanecer, congrega todas las voces de
quienes han visto un amanecer y vieron que ese amanecer era más oscuro que la
noche. Son múltiples voces, pero le faltó una y por eso es un libro para
siempre inconcluso: le faltó la voz de este tal Zurita. Pero es el precio
insalvable de todo poema, en él habla todo, incluso lo no humano; el viento, el
mar, la lluvia, menos la voz de quien escribe el poema. Si estuviera en Zurita
la voz del que escribe, no sería un libro sino yo mismo. Es una paradoja, la
vida es igual al poema sin ese poema.
¿Qué retos has debido enfrentar, cuáles
resultaron los más difíciles, para sostener tu proyecto de escritura?
Lo más difícil no ha sido empezar ni terminar algo, me
refiero a libros como Anteparaíso, INRI, La Vida Nueva, sino el
naufragio que te espera en el medio, cuando ya te alejaste demasiado de la
playa como para poder devolverte y estás muy lejos de la otra orilla para alcanzarla.
Creo que uno de
los más complejos fue el surgido en tu relación con Chile, en cuanto a la
recepción y significación de tu obra, por muchos años, es una impresión, me
parece que tu obra hubiera sido silenciada por ciertos sectores críticos y,
habría que decirlo, también en la falta de reconocimiento en el trabajo (el
asalariado), entre otras cuestiones, ¿me equivoco?
Sí, fui marginado, silenciado, caricaturizado,
tergiversado, ninguneado, y cientos de otros “ados”, lo usual cuando aparece en
la bandada un pájaro con otro plumaje, no es más que eso y por favor no veas
presunción en lo que digo, la bandada vuela con viento en contra, es pequeña y
se concede a sí misma mucha más importancia de la que realmente tiene.
Ese “chaqueteo”,
de alguna manera, siempre “utilizó”, quiso valerse, de Lihn, poeta que te abre las
puertas de Editorial Universitaria, pero con quien, después, se generan una
serie de desencuentros y tensiones –por diversas circunstancias. Finalmente, ¿te
has reconciliado con la imagen que guardabas de Lihn?
Lihn hizo por mí lo que no hizo por ningún otro poeta
joven, hizo que publicaran Purgatorio.
Ese solo hecho desmiente las diferencias, ninguneos y tensiones que vinieron
después. Mientras él decía que yo era bueno estuvo todo bien, el problema
comenzó cuando lo empezaron a decir otros.
Una idiotez porque él era bastabte mayor que yo. Ahora me parece algo
tan insignificante todo eso. Él me ayudó, después me odió, pero creo que yo
también me hubiera odiado de verme, yo era jodido y él era un neurótico que
esperaba que le rindiese pleitesía, pero yo no se la rendi porque no lo
admiraba. Además, el primer deber moral de todo poeta joven es morder la mano
que te da de comer. No, ese es un chiste mío. No me hagas caso, me estoy
haciendo el malo, es que me acordé de Bolaño. Es un buen poeta Enrique Lihn,
qué me costaba haberlo admirado.
Algunos
historiadores podrían adjudicarle a Lihn el hecho de ser quien te descubrió. Yo
no lo creo así. Más bien, estoy pensándolo ahora mientras escribo, creo que ese
título podría corresponderle a Don Nicanor. ¿Has hablado con él después de
haber recibido el Neruda?
No, no he hablado con Nicanor, es la
persona más creativa e inteligente que yo he conocido en mi vida, va cumplir
102 años y baila mejor que todos nosotros. No lo voy a ver porque es demasiado
joven para mí.
Cuando recibiste el Premio declaraste:
"Recibo este premio con mi pensamiento puesto en los jóvenes". En
buena parte de los años 2000, los poetas “jóvenes de aquel entonces”, se
convirtieron en algunos de tus principales interlocutores, yo lo sé –otra cosa
que pude aprender gracias a nuestra amistad fue confiar, antes que nadie en
ellos. Pero pasó el tiempo, Raúl, y esos jóvenes ya no lo son tanto, ¿continuaste manteniendo ese vínculo con los
más chiquillos? ¿Por qué?
Porque están viendo. Hay dos nuevos poetas:
Eugenio Castillo: Tachar donde dice
Beatriz, Milagros Ábalos: Esto es,
son notables. Fui a la presentación de Estos es, antes había ido a la presentación
de Eugenio Castillo, son poetas que no leen, sino que recitan de memoria, como
los rusos, son impresionantes, siempre he creído que la poesía debe resistir
todos los niveles de lectura, desde el ojeo que le da un distraído lector en el
estante de la librería, hasta la lectura a viva voz. En todos los niveles debe
emocionar.
Respecto a los ya no tan jóvenes, ellos lo
siguen siendo en la poesía; Héctor Hernández Montecinos es, después de Parra, la
persona más pasmosamente creativa con la que me he topado y su obra a los 35
años es torrencial, inmensa. Él es una máquina textual donde todo nace, muere,
se renueva.
Al frente, en la orilla opuesta, está
Rafael Rubio, el reinventa la poesía del siglo de oro y hace del pasado de la
poesía su futuro. Sus últimos libros , Luz
rabiosa y Mala siembra son
desmembradores, de una fuerza y potencia que hacen de él uno de los grandes
poetas de hoy.
Hernández es lo más cercano a un genio y
Rubio es lo más cercano a la perfección, un poeta de otro planeta.
¿Qué es mejor? ¿ser un genio o un poeta
extraordinario? No lo sé, los conozco desde niños y los quiero a ambos. Pero me
he referido solo a los chilenos y es reductor. En Latinoamérica ha emergido una
nueva gran poesía.
Entonces, me
pregunto, ¿cómo diseñar la imagen desde tu perspectiva, que sí, estoy de
acuerdo, podría ser la de un poeta visual?
No soy un poeta visual Maurizio. Amo a
Augusto de Campos, y admiro lo que hace, pero yo no soy un concretista. No lo soy porque no son concretos, si lo
fueran sus poemas estarían instalados sobre las cumbres de Los Andes, no sobre
la página de un libro. Una vez se lo quise decir a Haroldo de Campos, pero era
alguien tan bondadoso y absolutamente amable y encantador que no se lo dije.
Para qué.
En ese diseño
estructurado lo que yo noto es una concepción de la poesía que se resiste a
constituir un objeto puramente lingüístico, sino que, desde él, surgen una
serie de vasos comunicantes, ora con las artes plásticas, ora con la música,
ora con la cotidianidad y también con lo político –algo ineludible por tu
biografía. ¿Eres consciente que tu poesía tiene mucho de la estructura propia
de un assemblage?
De una instalación. Creo que eso es tal
vez lo más cercano.
¿Podríamos decir lo “escrito en el papel” va
más allá, mucho más allá de lo literario?
Sí.
Te lo pregunto
pues esa fascinación por lo visual es algo que parece volver a reunirte con dos
compañeros de generación, Juan Luis Martínez y (especialmente en los últimos
años) con Diego Maquieira.
Los admiro a ambos, Juan Luis fue
importantísimo para mí, pero ellos se confinan con la página del libro. Ya ves
que la palabra “admirar” es importante para mí; puedo amar algo que no admiro,
pero no puedo sino admirar todo lo que amo.
Últimamente estás
viajando mucho, varios meses en Boston, antes Londres, hace poco Madrid, si
hasta los 2000 todavía se podía notar una diferencia en las texturas de lo que
se escribía en España respecto al Sur de América, o viceversa, lo cual cortaba
de plana todo diálogo, ¿crees que esto cambió?, ¿empezamos a conversar, sé que
es paradójico lo que diré, a pesar de habernos disputado el idioma?
La poesía española para
mí se llama Antonio Gamoneda. Con él un buen poeta
sudamericano se entiende perfectamente. Allí se encuentran las dos orillas del
idioma. Ahora, si eres español y no te apellidas Gamoneda, y si eres
sudamericano, pero no eres un buen poeta sudamericano, mejor no intentar cruzar
entre esas dos orillas, naufragarás sin remedio.
La última vez que estuviste en España
justo yo conversaba con el poeta Ángel Cerviño quien me dice: “justo estoy
frente a Zurita, es muy nervioso, casi como un joven poeta”. Y eso es verdad,
creo que algo que te caracteriza –y que nos hace medio parientes. Me refiero a esa
ansiedad por construir, por eso me doy la licencia de preguntarte, aunque bien
podrías decirme: “descansar un poco”, ¿qué se viene ahora?
Te decía que en Latinoamérica ha emergido
una gran poesía, posiblemente la última gran poesía del mundo, porque en muchas
partes la poesía ya ha muerto, pero nadie la lee, nadie la mira. Es
irremediable porque en la repartición de papeles de la tragedia terminal de
nuestro del tiempo, a la poesía le tocó el papel de Casandra, es decir, estar
condenada a saberlo todo, a adivinarlo todo, sin que nadie le crea.
Te digo esto Maurizio querido porque de
pronto pareciera que es tan inútil todo y quisiera descansar un poco, de
verdad. Al menos, tener un ensayo de descanso antes de entrar a las ligas
mayores, antes de entrar al descanso general.
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