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viernes, 10 de octubre de 2025

¿PRIMICIA?: RAÚL ZURITA: «LA POESÍA ESPAÑOLA PARA MÍ SE LLAMA ANTONIO GAMONEDA»

 


Esta entrevista debió aparecer en el libro Backstage. 18 entrevistas (y algunas notas) alrededor de la poesía contemporánea (2017). Recuerdo que, en algún momento debí elegir entre su aparición o la crónica ZURITA la misma que inicialmente pensé en titularla Zurita; ácido en los ojos, tal como apareció en VALLEJO & CO[1]. Dado que, en determinado momento, decidí desaparecer todo lo publicado durante la primera etapa de Transtierros —cosas de croata— creo, me parece, que esta conversación con Zurita quedó suspendida en el aire, ¿tendría entonces que llamarla primicia
? No lo sé. La amistad no resiste ciertas categorías que funcionan sólo en el periodismo. 


Nos conocemos, y bien, hace una caterva de años –eso hace mucho más difícil el plantearte esta entrevista. Sin embargo, quisiera empezar con una confesión: una de las cosas que aprendí de ti fue la de “asumir” –no sé si utilizar el verbo “enfrentar”-el libro como una anécdota, la cual aparece en alguna parte del camino, tenemos que recorrerlo para sostener nuestra escritura. Ahora, con los años transcurridos, ¿qué cambió en lo que pudo escribir ese Zurita de «El sermón de la montaña», me parece recordar que fue en los 70, ¿a lo que escribe Raúl Zurita hoy?

Maurizio querido, me alegra retomar la conversación. “El sermón de la montaña” lo escribí en 1969, tenía 19 años, estudiaba ingeniería, aún Salvador Allende no era el presidente de Chile. Yo venía escribiendo desde el colegio y me importaba, me importaba cada vez más. Me desesperaba no lograr un tono, eso que se llama “una voz propia”, hoy creo que no hay nada que sea menos propio que la famosa voz propia, pero entonces eso me tenía muy angustiado. “El sermón de la montaña” fue lo que me liberó de esa angustia, pero por razones equivocadas, la voz propia es siempre una voz comunitaria, histórica, y en ese primer poema lo que hablaba era el presentimiento de la dictadura que vendría tres años después.

Con respecto a ese Zurita, tengo la sensación de que es un libro que toca una época y un mundo y que, a propósito de un atardecer, una noche y un amanecer, congrega todas las voces de quienes han visto un amanecer y vieron que ese amanecer era más oscuro que la noche. Son múltiples voces, pero le faltó una y por eso es un libro para siempre inconcluso: le faltó la voz de este tal Zurita. Pero es el precio insalvable de todo poema, en él habla todo, incluso lo no humano; el viento, el mar, la lluvia, menos la voz de quien escribe el poema. Si estuviera en Zurita la voz del que escribe, no sería un libro sino yo mismo. Es una paradoja, la vida es igual al poema sin ese poema.

¿Qué retos has debido enfrentar, cuáles resultaron los más difíciles, para sostener tu proyecto de escritura?

Lo más difícil no ha sido empezar ni terminar algo, me refiero a libros como Anteparaíso, INRI, La Vida Nueva, sino el naufragio que te espera en el medio, cuando ya te alejaste demasiado de la playa como para poder devolverte y estás muy lejos de la otra orilla para alcanzarla.

Creo que uno de los más complejos fue el surgido en tu relación con Chile, en cuanto a la recepción y significación de tu obra, por muchos años, es una impresión, me parece que tu obra hubiera sido silenciada por ciertos sectores críticos y, habría que decirlo, también en la falta de reconocimiento en el trabajo (el asalariado), entre otras cuestiones, ¿me equivoco?

Sí, fui marginado, silenciado, caricaturizado, tergiversado, ninguneado, y cientos de otros “ados”, lo usual cuando aparece en la bandada un pájaro con otro plumaje, no es más que eso y por favor no veas presunción en lo que digo, la bandada vuela con viento en contra, es pequeña y se concede a sí misma mucha más importancia de la que realmente tiene.

Ese “chaqueteo”, de alguna manera, siempre “utilizó”, quiso valerse, de Lihn, poeta que te abre las puertas de Editorial Universitaria, pero con quien, después, se generan una serie de desencuentros y tensiones –por diversas circunstancias. Finalmente, ¿te has reconciliado con la imagen que guardabas de Lihn?

Lihn hizo por mí lo que no hizo por ningún otro poeta joven, hizo que publicaran Purgatorio. Ese solo hecho desmiente las diferencias, ninguneos y tensiones que vinieron después. Mientras él decía que yo era bueno estuvo todo bien, el problema comenzó cuando lo empezaron a decir otros.  Una idiotez porque él era bastabte mayor que yo. Ahora me parece algo tan insignificante todo eso. Él me ayudó, después me odió, pero creo que yo también me hubiera odiado de verme, yo era jodido y él era un neurótico que esperaba que le rindiese pleitesía, pero yo no se la rendi porque no lo admiraba. Además, el primer deber moral de todo poeta joven es morder la mano que te da de comer. No, ese es un chiste mío. No me hagas caso, me estoy haciendo el malo, es que me acordé de Bolaño. Es un buen poeta Enrique Lihn, qué me costaba haberlo admirado.

Algunos historiadores podrían adjudicarle a Lihn el hecho de ser quien te descubrió. Yo no lo creo así. Más bien, estoy pensándolo ahora mientras escribo, creo que ese título podría corresponderle a Don Nicanor. ¿Has hablado con él después de haber recibido el Neruda?

No, no he hablado con Nicanor, es la persona más creativa e inteligente que yo he conocido en mi vida, va cumplir 102 años y baila mejor que todos nosotros. No lo voy a ver porque es demasiado joven para mí.

Cuando recibiste el Premio declaraste: "Recibo este premio con mi pensamiento puesto en los jóvenes". En buena parte de los años 2000, los poetas “jóvenes de aquel entonces”, se convirtieron en algunos de tus principales interlocutores, yo lo sé –otra cosa que pude aprender gracias a nuestra amistad fue confiar, antes que nadie en ellos. Pero pasó el tiempo, Raúl, y esos jóvenes ya no lo son tanto,  ¿continuaste manteniendo ese vínculo con los más chiquillos? ¿Por qué?

Porque están viendo. Hay dos nuevos poetas: Eugenio Castillo: Tachar donde dice Beatriz, Milagros Ábalos: Esto es, son notables. Fui a la presentación de Estos es, antes había ido a la presentación de Eugenio Castillo, son poetas que no leen, sino que recitan de memoria, como los rusos, son impresionantes, siempre he creído que la poesía debe resistir todos los niveles de lectura, desde el ojeo que le da un distraído lector en el estante de la librería, hasta la lectura a viva voz. En todos los niveles debe emocionar.

Respecto a los ya no tan jóvenes, ellos lo siguen siendo en la poesía; Héctor Hernández Montecinos es, después de Parra, la persona más pasmosamente creativa con la que me he topado y su obra a los 35 años es torrencial, inmensa. Él es una máquina textual donde todo nace, muere, se renueva.

Al frente, en la orilla opuesta, está Rafael Rubio, el reinventa la poesía del siglo de oro y hace del pasado de la poesía su futuro. Sus últimos libros , Luz rabiosa y Mala siembra son desmembradores, de una fuerza y potencia que hacen de él uno de los grandes poetas de hoy.

Hernández es lo más cercano a un genio y Rubio es lo más cercano a la perfección, un poeta de otro planeta.

¿Qué es mejor? ¿ser un genio o un poeta extraordinario? No lo sé, los conozco desde niños y los quiero a ambos. Pero me he referido solo a los chilenos y es reductor. En Latinoamérica ha emergido una nueva gran poesía.


Estoy recordando dos momentos. Hay uno en el cual conversando me dices: “yo soy un poeta visual”; en el otro, que se divide en dos escenas (una, cuando revisábamos la edición de El hábito elemental; otra, cuando discutíamos si publicar o no la imagen de Mapplethorpe  en Los países muertos) en la que reconoces: “no me gustan las fotografías en un libro de poemas”.

Entonces, me pregunto, ¿cómo diseñar la imagen desde tu perspectiva, que sí, estoy de acuerdo, podría ser la de un poeta visual?

No soy un poeta visual Maurizio. Amo a Augusto de Campos, y admiro lo que hace, pero yo no soy un concretista.  No lo soy porque no son concretos, si lo fueran sus poemas estarían instalados sobre las cumbres de Los Andes, no sobre la página de un libro. Una vez se lo quise decir a Haroldo de Campos, pero era alguien tan bondadoso y absolutamente amable y encantador que no se lo dije. Para qué.

En ese diseño estructurado lo que yo noto es una concepción de la poesía que se resiste a constituir un objeto puramente lingüístico, sino que, desde él, surgen una serie de vasos comunicantes, ora con las artes plásticas, ora con la música, ora con la cotidianidad y también con lo político –algo ineludible por tu biografía. ¿Eres consciente que tu poesía tiene mucho de la estructura propia de un assemblage?

De una instalación. Creo que eso es tal vez lo más cercano.

¿Podríamos decir lo “escrito en el papel” va más allá, mucho más allá de lo literario?

Sí.

Te lo pregunto pues esa fascinación por lo visual es algo que parece volver a reunirte con dos compañeros de generación, Juan Luis Martínez y (especialmente en los últimos años) con Diego Maquieira.

Los admiro a ambos, Juan Luis fue importantísimo para mí, pero ellos se confinan con la página del libro. Ya ves que la palabra “admirar” es importante para mí; puedo amar algo que no admiro, pero no puedo sino admirar todo lo que amo.

Últimamente estás viajando mucho, varios meses en Boston, antes Londres, hace poco Madrid, si hasta los 2000 todavía se podía notar una diferencia en las texturas de lo que se escribía en España respecto al Sur de América, o viceversa, lo cual cortaba de plana todo diálogo, ¿crees que esto cambió?, ¿empezamos a conversar, sé que es paradójico lo que diré, a pesar de habernos disputado el idioma?

La poesía española para mí se llama Antonio Gamoneda. Con él un buen poeta sudamericano se entiende perfectamente. Allí se encuentran las dos orillas del idioma. Ahora, si eres español y no te apellidas Gamoneda, y si eres sudamericano, pero no eres un buen poeta sudamericano, mejor no intentar cruzar entre esas dos orillas, naufragarás sin remedio.

La última vez que estuviste en España justo yo conversaba con el poeta Ángel Cerviño quien me dice: “justo estoy frente a Zurita, es muy nervioso, casi como un joven poeta”. Y eso es verdad, creo que algo que te caracteriza –y que nos hace medio parientes. Me refiero a esa ansiedad por construir, por eso me doy la licencia de preguntarte, aunque bien podrías decirme: “descansar un poco”, ¿qué se viene ahora?

Te decía que en Latinoamérica ha emergido una gran poesía, posiblemente la última gran poesía del mundo, porque en muchas partes la poesía ya ha muerto, pero nadie la lee, nadie la mira. Es irremediable porque en la repartición de papeles de la tragedia terminal de nuestro del tiempo, a la poesía le tocó el papel de Casandra, es decir, estar condenada a saberlo todo, a adivinarlo todo, sin que nadie le crea.

Te digo esto Maurizio querido porque de pronto pareciera que es tan inútil todo y quisiera descansar un poco, de verdad. Al menos, tener un ensayo de descanso antes de entrar a las ligas mayores, antes de entrar al descanso general.

 



[1] Visible en: https://www.vallejoandcompany.com/2014/03/06/zurita-acido-en-los-ojos/