Cruda, desnuda, Latinoamérica goza su oficio de génesis, defeca Andes maravillosos y después la Sierra Gorda, la Lacandona, el Amazonas, la Patagonia, el Titicaca, Ica, El cerro del Quemado y después re-procrear el punto de fuga, los ríos potentes, las cañadas, los bosques, fábulas concretas contra toda arrogancia de palabra de arribistas.
Quién mueve el cogote violento del narrar, quién se exige identidad, des-identidad, formulación insólita desde el cuello del útero pariéndose a sí mismo, derramándose, como ella que es vida de placenta y se lame las cumbres, las simas, perpleja de sí.
Esta es la lista de sus íntimos enemigos eternos: a b c d e f g h i j k. Y este es el punto de fuga, la prosodia, la corrupción perfectamente torpe, el viaje en la geografía frutal endiablada, sonriéndonos, réquiem, primavera, pantano, se come, se paladea el festín frutal de nuevo, tierra orgásmica, selvática, desértica, boca gigante nada puritana, plañidera no, ni bonita, escamosa, pegajosa, púbica, fálica, nunca amarga, ni juguete de las fuerzas del mundo, se esperaría.
Atemperar la emoción, un poco de paciencia, el contrapunto, la coma, el guion, el soliloquio, ninguna maniobra efectista.
Difícil hablar de, sobre, por, desde aquí, hacia.
Imposible asentar su desarrollo extendido, nunca efímero, de fecundidad, niñas, niños multiplicándose. La voz de la naturaleza siempre le habla al cuerpo queriendo reproducirse, se escuchó.
No compararemos estos materiales opacos al maíz, a lo subjetivo, al pesimismo u optimismo, a la colonia, des-colonia y todo discurso, aún edificante.
Nada de martirios, de mandas, nada de simplonas máximas o aún inteligentes. El análisis, ahorita, mata al espíritu, al corazón, o algo parecido, se diría.
Atemperar la impaciencia para que crezca, surja inesperado, un árbol, se dijo.
Latinoamérica: los instrumentos del progreso mecánico y material no llegan al beneficio real de mujeres y hombres en un mundo regido por principios bárbaros, por maquiladoras, transnacionales, metalurgias, oficinas, aulas, castillos, cavernas, minas, talleres, palacios, hospitales, se volvió a decir sin ironía. Cuántas tribulaciones.
Antes de hundirnos en los placeres inmediatos, antes de las plagas sociales modeladas en el barro de la rara realidad, de los tambores y la espada, de la lucha intestina, antes de parecer pueriles y preguntarnos cuál sería nuestro temperamento peculiar que nos defina o cómo salir del atolladero desde el dominio propio en el que chapaleamos, como confesión pública, este texto fue rescrito.
Después, todos fuimos bautizados.
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Aquí, frente a las lomitas que danzan a lo largo del globo, llueve con sol, voyme retirando perentorio allá, a Latinoamérica, dijo supuesto personaje de Dostoyevski, y llegando exclamó, cómo ver con ojos limpios estos campos secos, en una especie de trasplante de nieve a polvo, antes de sumergirse y nadar el elemento de un mundo absurdo legal que se te impone.
Se sabe que hay cosas horribles y extendidas a lo ancho y alto de los bordos y que la luz cae vertical sobre esta piedra. Se reafirma esta piedra, este cardo, este cacto.
Hay una arisca y endiablaba hermosura en Latinoamérica, esta zona de núcleo, de violenta, ferviente exploración.
Así llovieron efusiones patrióticas, enriquecidas de sombra y vértigo, escamoteando sumisiones al abrigo de las continuas contingencias humanas.
Y después qué se hizo.
Carne y hueso contra las imposiciones chapoteando en la frase común.
Y después qué se hizo o cómo desenmascarar el cuerpo que nos clarifica.
Estoy preparado para rezar la oración del miedo como un pez en pradera verde, como un ventrílocuo en el intervalo de un parpadeo, exclamó el personaje: qué extraña es Latinoamérica como celebración oscura de barrullo de mandamás, de mandamenos.
Ahí surge un desierto cruel, pergamino, vitrificado. Señalarlo, re-señalarlo.
Mi corazón es pequeño. Luego, vuelvo a dormirme.
Es como empantanarse en un castillo: lo falso maquillando a lo de veras. Así tendría que comenzar toda carta a un púbico burocrático u oculto, dijo.
Tanta tierra grande nuestra y no hay dónde yacer. Seremos los sepultureros de algunos y otros serán nuestros ceniceros entre tanto pliegue.
Pero ya sabes cómo se puede nadar en el aburrimiento, como si fueras máquina: y así se dice máscara y se entra en el día como saltimbanqui: obviamente máscara de oxígeno.
Con sólo escuchar al caudillo capellán, cómo habla, dan ganas de arrancarse los nulos pelos de punta. Aunque dijo una fanática dispensándolo: todos cojeamos de alguno de los dos pies, y si se tuviéramos tres, quizás hasta de dos se cojearía.
Y de pronto en un horizonte posible lacustre aparece un hombre amabilísimo, mexicanoamericanoespañol, de brazos fláccidos, pétreos, escamosos diciendo que pesaba 400 libras hace tres meses y que su esposa frente a él, una norteamericana monstruosamente alta y gorda, le regaló un riñón, y la mujer benefactora sonríe como un tulipán, como un sol ampliamente abre dientes mientras escucha el halago del hombre que hablando de ella sonríe como sol. Y después, como regresando de un sueño, levantando el brazo tórrido, pregunta: ¿siguen ahí?
Esta es la cosecha de la composición, la geometría, como un puente dentro de otro o un desierto interno, que se deja de cargar en la espalda y que despega, pensemos en avión.
Después el hombre remata: hay que quemar salvia para alejar a los malos espíritus.
Y en la imaginación, como al abrir un archivo, una serie de gárgolas de diablos en la cantera, desfilan.
Lo postizo empastado a lo real. El día del trabajo inescapable: vigilantes feroces en las pantallas se inmiscuyen.
Pero siempre se recae en lo sexual: de las gárgolas, se arriba a las huríes copulativas de la India: hombres, mujeres y animales, arcos y más arcos, vulvas, senos y falos entretejiéndose en arabescos, no árabes.
Hoy sigue igual todo: el mamutismo del capellán caudillo no calla, no muda su miasma, y como basurero, uno desgaja sus palabras y están frescas.
Words, words, words, words, words, words, words, words: llenar un cuaderno con esta palabra ya sería algo, ascender a lo acuoso, bajar a la roca.
Si te dijera lo prolijo, sería tener la licencia de amaestrar a insecto dentro de vidrio.
Un huevo no se devora nunca como madera, aunque se tenga hambre.
Pero lo más difícil es roer con placer una ventana.
Allanar taciturno, remoto, sin asombro de alivio de llegar a lugar esperado, fuera de la ciudad o en la imaginación, como en fotos, desmantelada, ¿qué comedia es esta?
La calle, el país ni siquiera simulan en la superficie orden, están allanados: observar con atención que todo parecería en su sitio, pero desvencijado, con la atmósfera azul fría de motor viejo, yace. Aún así, en contrapunto, llega otoño de nuevo.
Cómo establecer un acto de sonido o de hecho a la escala adecuada de la medida del matiz retráctil o en la alegría bruta, animal, fuera de la jaula y/o ventana, deslizando agudamente la mirada sobre los objetos: un acto.
Pero, mecánicamente preguntar, fuera del curso aburrido al amanecer: ¿qué comedia glotona, picaresca es esta? Que levante la mano quien no esté harto de oír y de reoír, el polvo de la voz que satura el aire, a cosa vieja y pútrida, huele. Y por qué no hay cansancio.
La ciudad enorme no tiene monumentos, de tal suerte no es dable vandalizarlos, salvo de nuevo en la imaginación, devaluada. De tal índole, aunque socarrona, esta comedia no es una palangana.
Otear desde aquí hacia una isla: mujeres, hombres, niños, muchachos y perros, lejos de la parte del mundo llamada placer, la vigilancia de los muros estrictos choca.
Hay que vencerla como masa de barro en los puños con el aluvión de esa secreta corriente de sentido, masticando muecas y gestos.
Armas, disparos, aspavientos desde instituciones atroces en el agua excesiva que va faltando.
La canción oxidada conduce a la parálisis, adormece, con el experimento de los Hechos Históricos operando opacos, reaprendiendo grietas, posibilidades.
Son poderosas: imposible partirles la madre, gritaron, y no nos dejan de cercar.
¿Cómo no enmohecerse con tan tamaña monotonía accesoria y real, dirigida contra manos artesanas y manos de herramienta y manos de yerba en la línea de deforestación y óptica?
Contra eso se afila y agrupa eco y lengua jubilosa.
Premeditar que seco borroso borborita el agua natal, estoica, en escaso paralelo de aquí a veinte años, Oh, Ah, Ih, Uh, nuestro Río Colorado, en donde los matorrales son turbios, ilustres, acezantes.
En rigor, es indispensable ir tan lejos.
Dios mediante, la poesía del día no serán los hombres colgando de las puertas de los camiones acatando costumbres, dictámenes, acatando duelos, servicios, con intuición no tragicómica, mayoritaria. Hay mucho sudor, hay coyuntura, hay estudiantes dirigentes y lances y omóplatos y espaldas. Estos desafíos exorbitantes son frecuentes. Un grito es frecuente, un graznido, mucha caída, bache y mucha herida y poso. En tal estado del arte de la sangre y el seso, es hora de tomar posición ante incapaz capataz, como si no fuera suficiente lo eléctrico del acto del decir agrio, acorde a los oficios nuestros, en el espíritu de la disputa, atónito, enhiesto, en abundancia.
Rota esa promesa, ver pájaros en vuelo y figurarse que se va por ahí, a contramano y todo es selva.
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